domingo, 17 de septiembre de 2017

El lugar de la FIlosofía en la Educacion, I

Al parecer, en estos últimos años varios países, entre ellos España, están reduciendo la presencia de la filosofía en los planes de estudio. Habitualmente esa reducción de la educación filosófica se engloba en un más general “ataque” a los estudios humanísticos y artísticos. Como cada vez que la política educativa opta por priorizar las presuntas formaciones útiles, se escucha la queja de que una educación sin humanidades (“y” sin filosofía, en la medida en que se distingue a esta de ellas) es una educación empobrecida, incapaz de formar ciudadanos en la plenitud del término[1]. También la UNESCO llamó la atención sobre este problema, en una defensa de la filosofía como educación crítico-racional[2].

¿Se olvidará, verdaderamente, la humanidad, especialmente la occidental, de la filosofía? ¿Caeremos en una oscura época de esclavitud, entregados definitivamente al universal “dominio de la técnica”?, ¿o bien caeremos en una nueva época de dominio de la religión, o de ambas cosas, pero siempre sin filosofía? No creo que haya que tener ese temor a medio y largo plazo. Junto a la presión de lo utilitario y la visión de la vida como lucha contra la naturaleza y contra el hombre, existe también lo que Kant llamaría un impulso hacia lo mejor.

No obstante, la situación de la filosofía, y mi propia condición de profesor de esta “materia” en la educación secundaria, me dan la ocasión de reflexionar sobre cuál debería ser el lugar de la Filosofía en la Educación. Quizá estas reflexiones tengan un sitio en el diálogo que filósofos, educadores, políticos y ciudadanos en general, mantengan sobre esta cuestión.

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¿Qué lugar debería ocupar la Filosofía en la Educación?

Para responder a esta pregunta es necesario responder antes a las preguntas por cada una de sus partes: hay que preguntarse qué es la Filosofía, qué es la Educación, y qué es el “Debería” o el “lugar” que corresponde a cada cosa. Según la idea que nos hagamos de cada una de esas ideas (o las perplejidades que nos encontremos con ellas), será sensiblemente diversa la respuesta que daremos a (o las perplejidades que obtengamos de) nuestra pregunta.

Pero –cabe preguntarse-, ¿quién puede formular y pretender responder estas preguntas?, ¿qué saber está capacitado para decirnos qué es la Filosofía, o qué es la Educación, o cuál es el lugar que corresponde en justicia a cada cosa, o, siquiera, qué perplejidades acechan en esas cuestiones? Haciéndonos esta nueva pregunta, reflexiva, podemos caer en la cuenta de que hay una manera circularmente directa de contestar a nuestra pregunta primera. Porque nuestra primera pregunta, y esas preguntas en que se desglosa, son precisamente preguntas filosóficas, o tienen un aspecto filosófico que les es esencial. De modo que, a quien carezca o en la medida en que carezca de una educación filosófica (al menos, en un sentido amplio de “educación”), le faltarán las condiciones para plantearse adecuadamente la cuestión de qué lugar debería ocupar precisamente la Filosofía en la Educación, pero también otras cuestiones como la de qué es o qué debería ser la Educación, o, simplemente, qué Debería-ser, es decir, qué sería justo que ocurriese o que hiciésemos, sin más. Esto es, le faltará la capacidad para hacerse preguntas o reconocer perplejidades éticas o políticas. La filosofía sería, pues, necesaria a priori, incluso pre-a priori, insoslayable, como mínimo desde el momento en que uno quisiera preguntarse por ella y su lugar social; y, siendo así, sería también inseparable de una auténtica educación que pretendiese capacitar para la crítica política y ética, es decir, una educación del ciudadano o de, simplemente, la persona. Este descubrimiento nos ahorraría todo un trabajo más largo de pensar el lugar de la filosofía en la educación.

Ahora bien, ¿es eso cierto: es la Filosofía la dueña o gestora de esas preguntas? ¿Puede y debe ella presuponerse ya en el debate sobre ella misma? Los filósofos han caído repetidamente en la cuenta de este presunto “hecho”, de esta circularidad virtuosa, de esta autosustentación soberana que caracterizaría a la Filosofía y solo a ella (o a sus epifanías): el filósofo no recibe órdenes -dice Aristóteles, de acuerdo en esto con Platón-, pues se dedica a la ciencia primera y completamente libre[3]. A la Filosofía -ha escrito Derrida desde una posición filosófica muy distinta-, no se le puede poner ni presuponer horizonte alguno que la delimite, a diferencia de las “otras” disciplinas, que ya se suponen constituidas, de modo que sería ella, la Filosofía, el lugar propio de toda problematización, incluyendo la de sí misma[4].

Pero, como tampoco podía ser de otra manera, los filósofos han caído también (si bien, menos) en la cuenta de lo problemático que es ese “hecho”.

Es, en primer lugar, perfectamente discutible que las preguntas acerca de qué es y qué lugar corresponde a cada cosa, sean en verdad propiedad solo o principalmente de la Filosofía. Quizá ni siquiera exista nada propiamente filosófico: tal vez todas las cuestiones con sentido son  cuestiones “positivas” o científicas, en la acepción más estricta de la palabra (que no incluiría a la Filosofía, o, si se quiere, la incluiría completamente, es decir, la reduciría). O tal vez, como otros creen, preguntas como esa, acerca del lugar que corresponde o debería corresponder a cada cosa, no son científicas sino “ideológicas”, lo que implicaría, según unos, que las puede responder todo el mundo sin necesidad (ni posibilidad) de una educación al respecto, porque vendrían grabadas en lo más visible de nuestro ánimo o en nuestro tener lenguaje (como probaría el acuerdo que, en lo básico, compartimos todas las personas menos los “locos”); o bien, en fin, que, “al contrario” y según otros, esas preguntas no puede contestarlas nadie, porque son completamente “subjetivas” (como lo probaría el continuo desacuerdo de los filósofos  y resto de personas, y, en lo que se refiere a los lugares de las cosas, la aparente imposibilidad de la “enseñanza de la virtud”)[5]. En cualquiera de los dos últimos casos, no habría lugar para una Educación acerca de qué es y qué lugar le corresponde a cada cosa. Y, en cualquiera de los tres contemplados en este párrafo, aquella solución fácil, aquel círculo virtuoso de la Filosofía, queda cortocircuitado.

Es, en segundo lugar, como mínimo problemático que la filosofía pueda auto-definirse y auto-constituirse, antes por tanto de estar definida y constituida; que se preceda o pre-suponga a sí misma; que su torsión hacia sí misma sea un círculo virtuoso (que haya círculos virtuosos…): ¿cómo puedo saber qué es filosofía, si es lo que estoy haciendo para saberlo?[6]

Por ambas razones, no parece válida la respuesta inmediata que encontrábamos al principio. Ahora bien, nuevamente es razonable pensar que esta otra discusión acerca del carácter de nuestra primera pregunta, así como sus posibles respuestas (si todo saber es o no positivo, si todo el mundo o nadie sabe ni puede saber la respuesta a las cuestiones “ideológicas” o políticas…), son, ellas mismas, propia y esencialmente filosóficas, y que, por tanto, la filosofía sigue siendo inescapable, ahora como meta-crítica, para quien quiera llegar a la cuestión del lugar que en la Educación le corresponde, por ejemplo, a la Filosofía.

Todo ello pende, en fin, de que nos preguntemos qué es propiamente la Filosofía. No podemos ahorrarnos ese trabajo, afortunadamente. Tendremos, podría decirse, que intentar romper el círculo (el de la meta-pregunta “¿son esas cuestiones, cuestiones filosóficas o no?”) y, a la vez, intentar caer y/o permanecer en él (definir la Filosofía desde sí misma): preguntarse por la Filosofía es ya hacerla, pero precisamente por eso incluso esto hay que mostrarlo. Y ello –hay que señalarlo- supone una situación excepcional y paradójica: una cualidad extremadamente reflexiva que, de caracterizar a la Filosofía, la haría radicalmente diferente de las otras cosas.

Pero  no tendremos que preguntarnos solo qué es la Filosofía: también, como decíamos, necesitamos una respuesta a las preguntas “¿qué es la Educación?” y “¿qué es lo que debería ser?, ¿qué lugar corresponde a cada cosa?”, si realmente queremos entender cuál es la pertinencia de que haya una educación en la Filosofía. Esto involucra, pues, a muchas áreas u objetos de la reflexión, que no se tratarán aquí sino en cuanto concernidas por nuestra pregunta.

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Nuestra tesis será, por una parte, que, en efecto, es imposible rechazar que la Filosofía posee ese tipo de inevitabilidad, que podemos llamar crítica o trascendental (esto es, que trata de las condiciones de posibilidad de toda cosa, incluida ella misma); y que, ya solo por eso, ocupa un lugar esencial en la educación de una sociedad de sujetos soberanos y no de súbditos: preguntarse por el lugar que en la Educación (pero también en cualquier “otro” lugar) debería ocupar la Filosofía (pero también cualquier otra cosa) es embarcarse ya en un ejercicio filosófico. Por tanto, cuestionar a la filosofía es cuestionar el cuestionar. Tan paradójico como imprescindible o inevitable. En el carácter crítico de la Filosofía muchos (pero no todos) estarán más o menos de acuerdo. No hay al respecto nada de original en nuestra tesis.

A esa tarea crítica o trascendental, sin embargo, algunas concepciones filosóficas le atribuyen o le añaden más sustancia: el valor crítico sería lo mismo que, o parte de la tarea de, hacerse cargo del sentido último o primero de las cosas, transformar o emancipar al hombre, etc… La Filosofía sería, entonces, necesaria para la realización más plena (no solo en cuanto formalmente ciudadano) de la persona. Si es así, ¿será legítimo reclamar una necesidad todavía más fuerte y densa de la educación filosófica? Creemos, en efecto, que la Filosofía tiene ese valor más sustantivo y denso. En esto disentirán razonablemente (dialécticamente) más posiciones filosóficas que en lo que se refería a su carácter crítico, por lo que, si se tratase de defender con el mínimo esfuerzo y mayor consenso la pertinencia de la Filosofía (pero no es de lo que se trata única ni principalmente aquí), lo razonable sería limitarse a evaluar aquella primera presunta necesidad.

Además, el presunto segundo y más sustantivo valor de la Filosofía plantea un problema ético-político mucho más grave: ¿es pertinente, necesaria, legítima, una educación “moral” o integral del hombre, de tipo público e institucionalizado, o bien esto es una tarea personal y privada? Este es, por lo demás, uno de los debates más vivos en la reflexión acerca de la política, de lo educativo y de la política educativa en los últimos tiempos (el propio Rawls aceptaba que la teoría del derecho se basa en una concepción de la virtud). También esto dividirá fuertemente las consideraciones sobre el lugar de la Filosofía.

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La Filosofía, decimos, tiene un valor pedagógico crítico, o es la educación de la crítica en sí. Ahora bien, debido a ese su carácter crítico o hipercrítico (de aporía y dialéctica) y, a la vez y por eso mismo, constitutivo respecto de todo saber y práctica, naturalizada o institucionalizada, e incluso del mismo concepto y hecho de toda naturalidad y toda institucionalización, la Filosofía (y esta será la otra cara, aparentemente menos apologética, de nuestra tesis -pero la otra cara es solo aparentemente apologética-) tiene un lugar completamente problemático, en la vida humana y social, apenas institucionalizable, también y ante todo en la Educación, en sus fines, curricula, evaluaciones… a los que no puede someterse sin traicionar su naturaleza en cierto sentido contra-natural y contra-institucional.

A la Filosofía, podría decirse, le corresponde en la Educación, así como en la sociedad y en la vida misma de cada uno, un lugar tan necesario como imposible. La figura de esta paradoja sería, una vez más, Sócrates, el único ciudadano que se pregunta qué soy y qué me corresponde, el único que hace auténtica política, en el diálogo en la plaza pública, pero que no puede, por razones esenciales, educar institucionalmente, y que, finalmente, es condenado a muerte por la Ciudad, acusado de poner en duda las tradiciones sagradas y corromper o des-educar a la juventud.

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Estas páginas están escritas desde una perspectiva filosófica concreta. Sería ingenuo creer que se puede escribir y pensar desde filosóficamente ninguna-parte, desde una perspectiva no perspectiva. Sin embargo, un error más profundo, un exceso no de ingenuidad sino de suspicacia, sería creer que el pensamiento es solo y radicalmente perspectivo: si así fuera, nadie podría pensar con nadie, y ni siquiera sería posible decir que todo pensamiento es solo perspectivo. No hay perspectiva si no lo es del todo. Todo pensamiento es a la vez local y universal, relativo y absoluto. Esto es lo que se llama dialéctica, y sin la comprensión de la cual no es posible, creemos, entender algo de lo que es la Filosofía.

Cuanto aquí se piensa desde una cierta perspectiva nuestra, es, por tanto, comunicable con otras, también y especialmente con las más contrarias. Por otro lado, no todas las perspectivas filosóficas son ni pretenden ser igual de estrechas o “estrictas” en cuanto a lo que admiten como filosóficamente lícito. El eclecticismo, por ejemplo, siendo inevitablemente (y aunque el ecléctico no lo crea) una postura filosófica “más”, es también, sin embargo, más “tolerante” que otras concepciones filosóficas. Nuestra posición no es propiamente ecléctica sino dialéctica, pero, como tal, es una concepción que piensa que en toda posición hay cierta verdad, aunque “parcial” o aspectual, y que la verdad está más bien en el todo (si bien no igual en todas las maneras de entender el Todo). Por eso, e dialéctico es más proclive a leer a las otras poniéndose en su lugar, y está muy poco dispuesta a sentenciar “eso no es filosofía” de algo que todo el mundo sabe que lo es. Quizá por eso, cuanto desde esta posición podamos intentar sostener, pueda ser compartido por posiciones filosóficas más específicas o estrictas.

Por qué esto afecta a la Filosofía como no afecta a la Ciencia es algo muy importante que recibirá un intento de explicación en lo que sigue. Es ya una prueba a posteriori del carácter filosófico de nuestra pregunta el hecho de que no exista (ni sea posible) una respuesta unilateral. Lo que es visto como una objeción por el entendimiento abstracto  es contemplado como una virtud desde la razón dialéctica.

Desde luego, las diversas maneras de entender lo que es la Filosofía tendrán consecuencias en cómo se contestará a la cuestión de qué lugar debería ocupar la Filosofía en la Educación. Es inevitable que sea así, si la Filosofía no puede presentarse unánimemente con un método, objeto… único o unívoco. Hay incluso concepciones filosóficas desde las que es sencillamente imposible defender el interés de la filosofía para la educación (o lo que esas concepciones filosóficas están obligadas a tomar por educación).

Haciendo de la necesidad virtud, podrá extraerse, una vez más, la consecuencia positiva “pero” paradójica de ello: si la Filosofía es disensión, pero disensión dialogante y argumentativa, o, siquiera, disensión de la inteligencia en sí y consigo misma, ¿no será el mejor ejercicio para una sociedad que pretende ser lo más plural y diversa dentro del diálogo o, siquiera, dentro de cierto entendimiento básico? ¿No es la propia política, el ejercicio de la ciudadanía, inevitable y deseablemente plural? ¿No será, en ese sentido, la Filosofía, la educación propiamente social y política?

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Este es un texto escrito para filósofos, y a algún lector quizás le resultará “difícil”, incluso repelente. Puede parecer paradójico que, aunque se va a sostener que la Filosofía es propia de toda persona, sin embargo nuestro acto de decirlo no sea fácilmente accesible a todos. Aunque, bien pensado, más paradójico sería defender la necesidad de la educación filosófica cuando a la vez se admitiese que todo el mundo posee ya, de manera espontánea, plenamente actualizada esa competencia. Esta es una más de las dialécticas de la filosofía: es para todos y para nadie. No le afecta solo a ella: podemos quejarnos también de lo inaccesible que es el arte moderno, o la jurisprudencia moderna, o la ciencia moderna…, precisamente en el mismo tiempo en que se democratizaba todo. Pensar sobre ello nos ayudaría a entender mejor los problemas de la democracia (de lo que algo diremos más adelante). Pero parece que la duda sobre “si culto o popular”, afecta a la Filosofía como no afecta a otras cosas: si la Filosofía es algo así como la concepción fundamental que uno tiene del mundo y de sí mismo en él; si es, incluso, su capacidad ético-político, ¿cómo puede ser algo de lo que la mayoría no entienda? Sin embargo, no hay que suponer que uno es ya lo que uno es o “debería” ser. Quizás el lema de la educación sea, al fin y al cabo, el pindárico “llega a ser quien eres”.





[1] Un hito en esta queja es el libro de Martha Nussbaum Not for profit
[2] La filosofía, escuela de ciudadanía
[3] Metafísica, 982 a
[4] Derrida, Du droit a la philosophie, pg 32 o 33
[5] Protágoras es capaz de ir de una concepción a la otra en el transcurso de su discusión con Sócrates, para irónica desazón de este Protágoras, Protágoras 361a
[6] En el lugar antes citado, Derrida dice, sí, que la filosofía carece de horizontes y límites, pero, por eso, también de los de la sedicente filosofía ya constituida. Esa aporía es, como veremos, “constitutiva” o esencial de la filosofía, aunque puede ser entendida de manera diferente a como la entiende Derrida.

2 comentarios:

  1. ¿Es posible adquirir versiones electrónicas de tus libros?
    Gracias por tu respuesta

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    1. Estimado Anónimo,

      En formato digital sólo existe mi libro "La filosofía de Platón" (libro táctil para iPad dirigido a estudiantes de bachillerato y en coautoría con Elena Díez). Puedes encontrar textos míos en mi perfil de scribd y de academia.edu. Mis libros DIÁLOGOS DE FILOSOFÍA, DIÁLOGOS DE EDUCACIÓN y DE LA FILOSOFÍA COMO DIALÉCTICA Y ANALOGÍA sólo se han publicado en edición papel. Lo siento. Un cordial saludo

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