viernes, 1 de junio de 2012

Diálogos presocráticos (entre un itálico griego y un milesio zamorano) I

Lo que sigue no tiene más intención que ser, aparte de pura especulación –cuyo parecido con la realidad debería ser pura coincidencia-, un homenaje a Agustín (García Calvo)

Amigo.- Agustín, este amigo, que es griego y latino a la vez, ha venido a escucharte desde muy lejos, tanto en el espacio como en el tiempo.
Agustín.- Entonces, quizás esté más cerca de nosotros de lo que lo estamos tú o yo. ¿Desde dónde vienes?
Extranjero.- Vengo de Elea, una pequeña ciudad griega de la península itálica en un siglo bastante anterior al de vuestro cero.
Agustín.- ¡Ah, muy bien! Y, siendo así, ¿qué dices de lo que has oído?
Extranjero.- Puedo asegurarte que conoces el tiempo de los ritmos hexámetros mejor que muchos compatriotas míos. Tienes música en la sangre.
Agustín.- No más que cualquier bestezuela domada por el Lenguaje. Yo a duras penas la dejo salir, para que cante y cuente su propia mentira, que es a lo que buena o malamente nos dedicamos.
Extranjero.- Así es, seguramente.
Agustín.- Pero, aunque estamos siempre en el sitio en que estamos sin saber bien por qué, ¿tú has venido hasta aquí solo para oír leer a Homero en la boca de un hispano de tiempos futuros?
Extranjero.- No, la verdad. Algunos de mi escuela (nuestro padre es el venerable Parménides, que tú conoces muy bien) nos dedicamos a viajar por todas las ciudades visitando a cuantos, además del ritmo del tiempo, dejan salir por su boca vislumbres del pensamiento inmortal.
Agustín.- Ya he conversado con vosotros muchas veces, en mi soledad: en mis viajes en tren, por ejemplo.
Extranjero.- Quienes somos amigos en esta la mayor de las soledades estamos siempre dialogando, es verdad, y sin que tiempos ni espacios, fronteras ni construcciones de las que ocupan a nuestros ajetreados compañeros de tren, nos lo puedan impedir. Pero, aunque ya hayamos hablado muchas veces, esta es nueva, como siempre. Eso sí, espero que no pienses que vengo a “convertirte”.
Agustín.- ¿Convertirme? ¿A mis años? No estaría mal. Quizás no le venga mal un empujón a la contradicción algo cansada que soy…
Extranjero.- ¡Ni mucho menos! No hay nadie más vivo y joven que tú.
Agustín.- Pero, entonces, ¿me quieres convertir en un filósofo?
Extranjero.- Podría decirte, porque es verdad, que filósofo ya eres. Sé que no te gusta esa palabra, pero ¿por qué vamos a regalársele a quienes no les corresponde? Llevas años pensando más allá de la superficie donde viven perennemente la mayoría de los que se muestran en los estantes de las tiendas de filósofos. Tú has visto bien la dialéctica de nuestro maestro y de su principal discípulo, Zenón: la contradicción de la Realidad, como dices tú.
Agustín.- Si a eso lo quieres llamar filosofía…
Extranjero.- No discutamos de palabras. Seas filósofo o seas misósofo, me gustaría discutir contigo, si te parece, de lo que te une y lo que te separa de la enseñanza de nuestro maestro.
Agustín.- Muy bien, habla.
Extranjero.- Si no te he interpretado mal, tú llevas toda tu vida, por así decir, denunciando, en prosa como en verso, que lo que se nos vende como Realidad, es decir, todo lo que se puede decir con la Lengua y su Lógica, es falso, porque es contradictorio.
Agustín.- Eso es, es imposible, por más que exista. Pero no lo que se nos vende como Realidad, sino la Realidad misma, porque esta palabra sí que se la regalo para siempre a la filosofía, o a sus profesores si prefieres.
Extranjero.- De acuerdo, la Realidad misma. Pero, dices, “más allá” o “por fuera”…
Agustín.- Por debajo…
Extranjero.- Eso es, por debajo, por debajo del Lenguaje, de lo que se habla, está el tiempo, el tiempo y lugar en que se habla; no el Tiempo (con mayúsculas, como te gusta ponerlo, como a todas las ideas) que se dice en las teorías físicas o filosóficas, no ese Tiempo congelado de la geometría, sino el tiempo verdadero, sin medida, salvaje…
Agustín.- Tan salvaje que no hay filósofo ni dios que lo pueda domar.
Extranjero.- No puede, dices, ser reducido a palabras, a ideas. Pensarlo es matarlo.
Agustín.- Eso es.
Extranjero.- Es la infinitud o indefinición. Allí nadie ni nada tiene nombre, ni es el mismo o distinto que nadie, sino que todos somos, por decirlo así, uno e indistintos.
Agustín.- Ni somos… en todo caso, lo habemos; ni uno, salvo que se advierta que uno es, en verdad, negación de todo número; pero date cuenta de que ya el plural y demás morfologías (como dice vuestra lengua) traicionan la verdad.
Extranjero.- …Nuestro maestro se refiere a vosotros, a los que tenéis un pensamiento semejante, como “los milesios”.
Agustín.- Quizás hace bien. Yo he hablado, otras veces, del agua de Tales (al que los filósofos toman, tan desencaminadamente, como un “físico”), del agua como ese atisbo de que todas las cosas van saliendo y cayendo, en el tiempo sin Tiempo, de algo y a algo que ya no es ni mucho ni uno ni todo lo contrario.
Extranjero.- Lo colocáis todo en un mar de caos o caldo primigenio del que no se puede pensar nada (porque el caos de verdad, como bien dices tú a menudo, no puede pensarse ni decirse con el Lenguaje). Y, separado, completamente separado de esa agua, ponéis al Logos, a la Inteligencia que analiza para crear las cosas idénticas y contables. Esa inteligencia, que crea la Realidad y lo “separa todo”, está del todo separada de aquello que no es parte de la realidad, sino puro tiempo sin número. Muchos mitos, sumerios, babilonios, hebreos… empiezan así.
Agustín.- Razón no tiene más remedio que aflorar por donde puede. Aunque ya se encargan luego los teólogos y sus filósofos de poner orden, y borrar el agua para decir que Logos lo saca todo de su cabeza. ¿No quiso tu propio maestro prohibir el no-ser, decirle que no al No?
Extranjero.- Ahí llegamos al asunto. ¿Cómo podemos poner a dialogar a este pensamiento “milesio” tuyo con el pensamiento (itálico, quizás) de nuestra escuela? La diosa que nuestro maestro encontró en su viaje, y que algunos hemos atisbado a veces, dijo, en efecto, que el camino de la verdad es el que dice “que es, y no es que no sea”; el camino opuesto, “que no es, y es necesario que no sea”, es camino de perdición. ¿Quieres decir tú mismo qué opinión te merece esto?
Agustín.- ¡Claro! Lo primero de todo, tendríamos que decidir qué es lo que quiere decir vuestra diosa con ese “es” ambiguo: o sea, si estaba elucubrando de Física o de Lógica. En mi lenguaje español tenemos, por desgracia o por suerte (o por las dos cosas más seguramente), dos palabras: “hay” y “es”, como el latín de los galos dice “il y a” y “est”, y otras lenguas hacen algo parecido. ¿Quería decir vuestra diosa, como protofísica, simplemente que “hay”? Esto es una absurdidad, porque cuando usamos esa forma (o vuestro ésti), señalamos a algo, algo presente para los que hablan. Pero uno no puede señalar a todo, porque señalar a todo, sin definición o delimitación, es señalar a nada, o más bien, no señalar nada (como dice mi español). Supongamos, entonces, que vuestra diosa está usando la palabrita en su función de verbo o cópula (estí), y entonces solo puede entenderse como diciendo en verdad “lo que es, es lo que es”. Lo que no deja de ser, además de una bonita tautología (la madre, o el padre, de todas las tautologías o logías), a la vez la contradicción misma de la Realidad metida en una palabra, la palabra del Logos. Porque si la cópula o palabra lógica quiere contenerlo todo (es decir, tener definitivamente en su seno, sin diferencias ni guerras, todo lo que es), entonces habrá de incluir también el no-ser, con el que solo puede hacer contraste, porque ¿qué es “lo que es” más que lo que se opone a la nada? Además, está la contradicción gramatical de decirlo, que es diferente de serlo: lo que habla no puede ser el mismo que aquello de que habla, aunque sea el propio Logos.
Extranjero.- Muy bien. Pura filosofía milesia, según nos la explicaba mi maestro en las soleadas tardes de mi ciudad. ¿Se puede deducir o sacar de ahí, de esa lógica que has explicado, que hay dos… cosas, digamos: que hay, por una parte, la Realidad o Lenguaje (eso que es la contradicción pura y de cuyo servicio se ocupan los teólogos y filósofos, según dices), y que hay, por otra parte, lo que no es realidad ni definición, sino que es algo indefinido?
Agustín.- Puede decirse así.
Extranjero.- Pero, ¿no estamos usando ahí el “hay” para referirnos, por una parte, al todo de lo extralingüístico (un todo que, creo yo, está definido por lo único que podría definirlo, es decir, ser ajeno al lenguaje), y no lo estamos usando también, el “hay” (y no sé si esto es menos grave), para referirse a la Realidad toda, al Lenguaje? Porque de alguna manera tenemos que referirnos al todo de lo que es Realidad, y al todo de lo que está por debajo, e incluso al todo de las dos cosas juntas, la Realidad falsa y lo verdadero que no se deja medir por ella, si es que queremos ser capaces de decir lo que dices.
Agustín.- Así es, Extranjero. Nada puede decirse sin caer en la contradicción: cuando el Lenguaje (en que, no lo olvides, estamos también presos tú y yo, tú griego de tiempos jóvenes y yo viejo-europeo), cuando el Lenguaje, digo, quiere hacerse cargo de sí mismo y de lo que no es él mismo, también tiene que caer en su propia contradicción.
Extranjero.- Entonces, ¿reconocerás que tus palabras contra la diosa son también metafísica y filosofía, e incluso quizás alguna versión de la teología, cuando te ves obligados a decir de alguna manera que hay el Lenguaje y hay lo que no es lenguaje ni definición?
Agustín.- Reconócelo, si quieres. En todo caso, a través de su contradicción apuntamos a lo que el pueblo sabe que hay por debajo del tinglado.
Extranjero.- Lo que me importa no es tanto eso de reconocer si somos teólogos o no, sino lo siguiente: nosotros, los eleatas, no creemos que haya esa división que encuentras tú como tan primitiva en tu metafísica, o sea, esa división entre el hay y el es, entre “físico” y “lógico”. Primero de todo, no creemos que cuando uno dice “hay”, o “existe”, o algo similar, esté señalando u obligado a señalar a algo concreto, algo presente en el tiempo y contexto “en que se habla”. Y esto tus propias palabras lo muestran, a no ser que consideremos que toda tu teoría, cuando se ve obligada a decir que “hay el Lenguaje” y “hay lo extralingüístico” son absurdas, tan absurdas como las de la diosa cuando dice, sin más, “hay”. Creemos, antes bien, que cuando uno dice “que es”, o “que hay”, aunque se sale de los caminos trillados de los hombres que viven en sueños, está ni más ni menos que diciendo lo más maravilloso y fundamental (y por eso, también, en lo que menos se repara): que hay, que es, y no más bien nada. Y esto no es todavía ni física ni lógica, sino algo anterior.
Agustín.- Es sensato. Te discutiría un rato lo que dices del hay, aunque desde luego admito que lo usamos para referirnos, metalingüísticamente, a cosas como “las partes del lenguaje”, y cosas así. Pero no quiero detenerte en esto, porque prefiero saber a dónde apuntas más a fondo.
Extranjero.- Bien: nosotros no creemos, pues, que “hay” o “existe” tenga que referirse a nada parcial (y no pueda referirse a todo). Lo que es más: es muy difícil e importante entender cómo podemos referirnos a algo que esté fuera, más allá o más acá o por debajo del lenguaje. Si decimos que “hay” señala a algo, en el tiempo en que hablamos, pero ese algo es totalmente indefinido, o indefinidamente indefinido si prefieres, y en él no hay nombre ni propio ni común, ni mojón ni boya algunos donde fijar la vista, ¿a qué estaríamos señalando?
Agustín.- A algo, desde luego, que ya no es lenguaje.
Extranjero.- Desde luego. Pero ¿qué más me daría señalar para acá que para allá, si no hay nada concreto, nada correlacionable con mis señalares? Porque, si lo hubiera, sería nombrable, ¿no? Por eso, pareces dejar sin ninguna conexión lo uno y lo otro. Parece que el precio que tiene que pagar lo que está por debajo del Lenguaje, es que no se pueda decir nada de ello.
Agustín.- Eso es.
Extranjero.- Y, si es así, ¿para qué lo necesitamos, y lo ponemos en nuestra metafísica?
Agustín.- Porque, por otra parte, el Lenguaje, por más que sueñe con ello, no se vale a sí mismo, sino que todo su alimento lo saca, por así decirlo, de algún otro lado, ya innominado e innominable.
Extranjero.- Estoy de acuerdo. Eso es lo que tenemos que discutir, entonces. Qué es eso que alimenta al Logos, pero que no se reduce a él.
Agustín.- Muy bien. ¿Quieres que sigamos discutiéndolo de camino a mi reunión habitual con unos amigos? Quizás después quieras apuntarte a la reunión.
Extranjero.- ¿De qué trata?
Agustín.- De política. O sea, nos devanamos en como desmontar la mentira del Dinero y su Futuro, que no son más que otros nombres para la Realidad y, salvo que me muestres lo contrario, para la diosa.
Extranjero.- Estupendo.

(continuará)

2 comentarios:

  1. ¡Qué susto! Había pensado que lo de "zamorano" iba por mí. Menos mal.
    Por cierto, que esto me recuerda que en "El evangelio de los reyes magos" había pensado hacerle un cameo a García Calvo, quien aparecería en el cap. 25 como el joven profesor ayudante que ayuda a Nicasio a refrescar el griego para traducir el manuscrito, pero al final me pareció que iba a ser una complicación innecesaria.

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    1. Me quedé atascado en la lectura de tu evangelio, pero prometo retomarlo, porque tenía vidilla (lo que pasa es que no tengo mucho tiempo, y el poco que tengo se lo echo a mi propio evangelio). Espero que tengas ya editorial.
      Si hubieras metido a García Calvo en la novela, quizás habría sido una complicación, pero quizás no innecesaria: de los cobardes no se ha escrito nada. Por eso yo, con toda osadía, me invento sus propias palabras y las de un discípulo de Parménides. Así vendo más :)
      Saludos

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