martes, 4 de marzo de 2014

Del tono apocalíptico(-mesiánico) adoptado "recientemente" en filosofía. Diálogo con Giorgio Agamben

Este artículo puede leerse también como continuación de lo empezado en otro lugar

¿Se ha acabado ya, o se está acabando, la Historia?, ¿”y” la Metafísica?

Según Agamben, que se une en esto a varios otros pensadores apocalípticos de los últimos ciento y pico años (en su caso, como en el de Derrida y algún otro, con un peculiar cariz mesiánico), sí, la Historia, esa serie de formas “epocales” que ha ido adoptando la creación política o práctica que es el Hombre, y que en su última fase, con el nazismo pero también con las democracias modernas, habría tomado la forma de la pura gestión de la “vida desnuda”, llega o ha llegado a su final. Y ello porque (o en consonancia con que) eso en que la Historia se fundamentaba (o sea, la escisión del animal en dos, una parte espiritual-lingüística y otra de mera vida), ha llegado a mostrarse como definitivamente inconsistente: la Metafísica está clausurada. Por decirlo en términos de (filosofía acerca del) Lenguaje:

“El pensamiento contemporáneo ha llegado a la proxi­midad de ese límite, más allá del cual ya no parece posible un nuevo develamiento epocal-religioso de la palabra. (…) Si Dios era el nombre del lenguaje, “Dios ha muerto” puede significar solamente: ya no hay un nombre para el lenguaje. (…) Así, finalmente, nos encontramos solos con nuestras palabras, por primera vez solos con el lenguaje, abandonados de todo fundamento ulterior”. (G. Agamben, La potencia del pensamiento, Adriana Hidalgo, 2007, pg. 37)

Heidegger habría anunciado este acontecimiento, aunque insuficientemente. Todavía él creyó que el hombre podía vivir en alguna propiedad:

“Hoy, a casi setenta años de distancia, está claro para quienquiera que no tenga absoluta mala fe que para los hombres ya no hay más tareas históricas asumibles o incluso solamente asignables.” (Lo abierto, Adriana Hidalgo, 2006, pg. 140)

Ahora solo quedarían dos opciones: o un mero repetir mecánico de formas de vida políticas ya vacías, o una comunidad postpolítica, sin intereses ni Estado, cuya única figura ontológica posible es el “Cualquiera”, es decir, el que no es ni universal ni particular, el impersonal, sin intereses.

“Cualsea es la cosa con todas sus propiedades, ninguna de las cuales constituye, empero, diferencia. La in-diferencia respecto a las propiedades es lo que individualiza y disemina las singularidades y las hace amables (cualesquiera). (…) Cualsea es una singularidad más un espacio vacío, una singularidad finita y, sin embargo, indeterminable según un concepto. Pero una singularidad más un espacio vacío no puede ser otra cosa que una exterioridad pura, una pura exposición. Cualsea es, en este sentido, el suceso de un afuera. (La comunidad que viene, Pre-textos, 1996, pg. 18)

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Agamben nos regala siempre pensamientos originales y profundos, expuestos de manera magistral. A mi juicio, es el filósofo más importante de cuantos piensan en términos de Biopolítica (y no solo de Biopolítica); su nombre figurará entre los grandes de la filosofía continental reciente, junto a Derrida o Deleuze; y será (es) lectura obligatoria para cuantos quieran tomarse en serio el problema de la existencia humana. Hay un limpio potencial liberador en su pensamiento. Por todo ello, merece una atenta lectura crítica, aunque, también por ello, se correrá siempre el riesgo de malentenderle. De una lectura tal, lo que sigue no es más que una mera e imperfectísima aproximación crítica por mi parte.

Lo que quiero hacer en estas líneas es poner un determinado aspecto o perspectiva (espero que suficientemente relevante) del pensamiento de Agamben, en diálogo con la perspectiva filosófica que vengo llamando “dialéctica y analogía”. Intentaré mostrar –digámoslo francamente desde ya- que ciertas tesis suyas como la del final de la Historia o la del acabamiento de la Metafísica, no son aceptables más que como una posición, posible y necesaria, sí, pero solo junto a otras, tan necesarias o aún más, en el esquema de las posiciones dialécticas que el pensamiento se ve obligado a adoptar cuando pretende pensar de una manera absoluta el problema de la realidad y del ser.

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En la filosofía de Agamben hay –esta es una tesis cuando menos posible- dos elementos o momentos principales y heterogéneos, que, sin embargo (y como no podía dejar de ser), se entrecruzan en cada texto suyo: un elemento Historiográfico (o, más bien, de Filosofía de la Historia, de Metafísica de la Historia), y un elemento del ámbito de la Ontología o Metafísica general o "pura" (no un elemento “relativo a la Metafísica” sino perteneciente a la Metafísica él mismo: la “metafísica agambiana”, digamos).

El primero de esos elementos es su tesis o conjunto de tesis acerca del carácter o “naturaleza” de la Historia y de su presunto fin inminente que dejaría paso a un tiempo posthistórico, postpolítico y postmetafísico. El segundo elemento, su ontología o metafísica, es aquel en que Agamben, tras los pasos de Heidegger, de Wittgenstein, etc., delata la inconsistencia “metafísica”, la de la división o divisiones entre lo espiritual y la vida, entre lo universal y lo particular, entre el Lenguaje y su más allá… (momento este que podríamos llamar, con los metafísicos analíticos, “metametafísico” –pero la Metametafísica forma parte de la Metafísica-), y nos intenta ayudar a pensar el ser Cualquiera, con su Potencia-de-no, etc. (momento puramente metafísico u ontológico).

No abordaré directamente la cuestión de si son correctas o no, aisladamente, estás tesis, sino que me ocuparé del modo en que ambos elementos, Historiología y Metafísica, se relacionan en el pensamiento de Agamben, y de la consistencia de esa relación. (También y por tanto, de la corrección o no de esa misma división que yo acabo de hacer, entre el elemento Histórico y el Ontológico). Como se verá, este modo dialéctico e indirecto de abordaje, nos conduce de la manera más directa (según el machadiano “dando vueltas al atajo”) hasta la dialéctica que buscamos.

Empecemos, no obstante, con una caracterización más precisa de la heterogeneidad entre aquellos dos elementos:

La tesis que del carácter de la Historia nos propone Agamben, así como la tesis de su inminente final, aunque apoyadas en eruditos y brillantísimos análisis de hechos históricos, no pertenecen al ámbito de ninguna “ciencia positiva” (se llame esta Historiografía, Filología o, más metafóricamente, Arqueología), sino que son tesis pertenecientes a la Filosofía de la Historia, o, con más claridad, a la Metafísica de la Historia. Admito de buena gana que es difícil (es más, que es dialéctico –y metafísico-) señalar el límite y la relación entre Ciencia y Metafísica (aunque se pueda dar unacaracterización de su demarcación): toda ciencia comporta presupuestos metafísicos, y hay una influencia recíproca, aunque asimétrica, entre lo científico-positivo y lo metafísico. Y es quizás también verdad que en ciencias como la Historiografía la línea divisoria entre lo científico y lo metafísico es más inextensa que nunca, porque tales ciencias, “humanas”, dependen de qué entendamos por Hombre, idea metafísica tal vez más comprometida o más “metafísica” que aquellas que están implicadas, por ejemplo, por la Mecánica, tales como Espacio, Campo, Energía, Cuerpo…

Así que la tesis de que hay en Agamben un elemento “claramente” perteneciente a la Metafísica de la Historia, es problemática, dialéctica. Pero, con todo, si a algún tipo epistémico pertenece lo que hace Agamben cuando habla de la Historia, es al mismo al que pertenecieron las especulaciones de Hegel, Heidegger, Kojève, Fukuyama… es decir, a la Metafísica de lo Humano y de su Historia. Quizás con las ideas que nos propone Agamben puede uno dirigirse a la Historia para comprenderla, pero no son tesis o hipótesis propiamente historiográficas, porque ellas mismas, por principio, no están sometidas a la Historia o, si se quiere, al tiempo de la Ciencia (a la historía en sentido griego, como colección de fenómenos). Por supuesto, las tesis de Agamben pueden ser sometidas a crítica, y ser eventualmente consideradas equivocadas o incorrectas en tal o cual aspecto por otros o por él mismo en otro momento. Pero serán criticadas y corregidas (o aceptadas) con argumentos y razones metafísicos nuevamente. En cierto modo esencial, son, aunque tan falibles como toda creencia humana, completamente infalsables.

Esto puede considerarse chocante y más que dudoso: “¿no está, acaso, Agamben arriesgando un pronóstico, el del inminente acabamiento de la Historia? ¿No podremos, entonces, comprobar en breve (si es que no tendríamos que estar comprobando ya) si está en lo cierto o se equivoca en su, por tanto, hipótesis historiográfica?” -podría preguntarse uno.  Sí, pero: ¿qué ocurre si, durante los próximos años, nos parece que no se “acaba la Historia”, que los seres humanos siguen viviendo con instituciones donde conceptos como Soberanía, Estado (de excepción y normal), Derechos Humanos, Intereses, Naciones, etc., siguen cumpliendo o pareciendo que cumplen una función nuclear? Esto no supondría un gran problema para la tesis metafísica del final de la Historia. Y no solo porque es lo suficientemente imprecisa como para dar cabida a un tiempo indefinido. Sino, sobre todo, porque siempre sería posible, pese a los hechos, no considerar todo eso como una falsación del diagnóstico y la predicción biopolíticos. Como ha ocurrido muchas otras veces con las predicciones metafísico-historiológicas (Kant, Hegel, Marx, Nietzsche…), parece imposible determinar si los hechos las han falsado o incluso si las pueden falsar: tienen un significado que desborda completamente a lo fáctico, juzgándolo sin dejarse juzgar por ello. En esto, las predicciones filosóficas se asemejan a las profecías: tampoco la inminente llegada del Mesías hace ya dos mil años se sintió fue falsada ni lo será jamás. Lo que es más: siempre podríamos decir, llegado el caso, que, eso que nos parece una pervivencia de la Historia, la Política, la Metafísica…, es una mera cáscara vacía. Agamben ya ha insinuado esto:

“¿No vemos quizás alrededor de nosotros y entre nosotros hombres y pueblos sin esencia y sin identidad -consignados, por así decir, a su inesencialidad y a su inoperosidad buscar en cualquier lugar a tientas, y al precio de groseras falsificaciones, una herencia y una tarea, una herencia como tarea? (Lo abierto, pg. 141)

Igualmente, de manera obstinada, quienes creen que la Metafísica se acabó justo antes o justo después de muerto Nietzsche, califican de fantasmagoría inconsciente la práctica y el renacimiento de la Metafísica entre, por ejemplo, los filósofos analíticos. Esto es posible, repitámoslo, porque no se trata de tesis historiográficas, positivas, sino de tesis metafísicas. Las tesis de Agamben relativas a la Historia son a la Historiografía lo que las tesis de los Filosofía del Lenguaje es a la Lingüística o las tesis de la Filosofía de la Mente a la Psicología y la Neurología: son tesis metafísicas, es decir, fundamentalmente infalsables, acerca del Tiempo cualificado de los Hombres.

Supongamos que (como seguramente es cierto) Agamben no esté de acuerdo con nuestra idea acerca de la relación entre lo Histórico y lo Metafísico. Quizás diría (o haya dicho) que ambas cosas no son propiamente separables epistemológicamente, e incluso que esa escisión entre lo temporal-diacrónico y lo atemporal-sincrónico, es solo un producto más de la tentación metafísica. Quizás Agamben esté dispuesto a considerar falsable su hipótesis filosófico-historiográfica, y hasta sus especulaciones ontológicas; o quizás crea que nada es realmente falsable y que la propia “ciencia positiva” es, como creyó Nietzsche, una cierta metafísica más o menos encubierta... ¿A dónde conduciríamos, en ese caso, la discusión, para dirimir si Agamben o nosotros (o ninguno de los dos o ambos) está más cerca de lo correcto? ¿No sería la Epistemología el lugar de esa discusión? Pero, a su vez, la Epistemología ¿es una ciencia histórica, una parte de la Metafísica, o ninguna o las dos cosas a la vez, y de qué modo? Esto nos introduce en un “círculo” dialéctico, que dirige al problema que pretendo delatar: el de Ser y Tiempo, en definitiva, el perenne problema (o uno de los rostros del problema) de la Filosofía, que no se deja resolver unilateral y transdialécticamente.

Vayamos ahora al otro elemento, el ontológico o metafísico, la “metafísica agambiana”. También esto es muy problemático, aunque por razones distintas y casi inversas al caso de la Historiología. Antes de nada, una puntualización acerca del nombre mismo. Dudo mucho que Agamben esté dispuesto a llamar metafísicas a sus profundas elucubraciones acerca de, por ejemplo, el Cualquiera (quodlibet), la Potencia-de-no, la imposibilidad de un Metalenguaje, etc. “Metafísica”, incluso “Ontología” es, precisamente, el nombre del error:

“La ontología o filosofía primera no es una inocua disciplina académica, sino la operación en todo sentido fundamental en la que se lleva a cabo la antropogénesis, el devenir humano de lo viviente. La metafísica está atrapada desde el principio en esta estrategia: ella concierne precisamente a aquella metá que cumple y custodia la superación de la physis animal en dirección de la historia humana”. (Lo abierto, pg. 145)

Si la filosofía de Agamben debe autodefinirse, no querrá o no debería querer nunca hacerlo como Metafísica. Como para Heidegger, Metafísica es el nombre para algo que podemos mirar, de alguna manera, desde "fuera", desde más arriba o más acá… Pero pienso que tenemos razones para rechazar este rechazo y esta reducción heideggerianos de la Metafísica, y que debemos conservar sunombre, en su sentido más general, para todas esas especulaciones acerca deconceptos como unidad y multiplicidad, identidad y diferencia, género yespecie, sustancia, potencia y acto… Aceptar ese rechazo y reducción de la Metafísica supondría consagrar la interpretación (a mi juicio errónea) de Heidegger, según la cual la Metafísica (entendiendo aquí lo que hicieron Platón o Aristóteles, por ejemplo) no pensó el Ser.

Si entendemos, entonces, por Metafísica, la consideración del ser en cuanto ser y las propiedades que en cuanto tal le corresponden, las tesis de Agamben acerca del Cualquiera, la Potencia de no, la imposibilidad de un Metalenguaje, etc. (como las del mismo Heidegger sobre la Diferencia ontológica, etc.) son tesis metafísicas. En ellas, Agamben se entrega a lo que siempre se entregaron los metafísicos, es decir, a razonamientos “lógicos”, a priorísticos, acerca de la naturaleza del ser y de sus categorías. Por atenernos a una caracterización reciente en un filósofo analítico:

There are, I believe, five main features that serve to distinguish traditional metaphysics from other forms of enquiry. These are: the aprioricity of its methods; the generality of its subject-matter; the transparency or ‘non-opacity’ of its concepts; its eidicity or concern with the nature of things; and its role as a foundation for what there is. (Kit FineWhat is metaphysics?” en Contemporary aristotelian methaphysics, Camdbridge Univertity Press 2012, pg. 8)

Aprioricidad, generalidad, transparencia, eidicidad, y papel fundador de lo que hay, eso es metafísica (conviene leer el artículo de Kite Fine).

Hasta aquí la caracterización por separado de los dos elementos que, al menos estratégicamente, hemos distinguido en la filosofía de Agamben: el Metafísico-Historiológico y el puramente Metafísico u Ontológico. La relación que establece Agamben (siquiera tácitamente) entre lo Histórico y lo Metafísico consiste, recordemos, en que:
                  a) [tesis metafísico-historiológica] la Historia está acabada, a la vez que (¿como consecuencia de que, siendo causa de que…?)
                  b) [tesis metafísico-ontológica] la Metafísica tiene acabamiento, su solución en la noción (el no-concepto) de Cualquiera, etc.

Para nosotros se trata de dos niveles distintos de acabamiento o solución: el final de la Historia sería un hecho fundamentalmente temporal, y la solución de la Metafísica es algo de naturaleza atemporal, “lógica”, ontológica… Pero, si esto es así, las dos tesis de Agamben (el inminente final de la Historia, y el acabamiento o la clausura de la Metafísica) tienen que ser, de alguna manera, incorrectas. Porque, si Agamben “tuviese razón”, si la filosofía en cuanto Metafísica estuviese realmente “concluida”, eso significaría que su posición ontológica (la de Agamben) es la verdad última a la que puede llegar la Metafísica: Agamben habría resuelto o tendría en sus manos la solución o respuesta definitiva e incontrovertible a los problemas ontológicos. O, dicho desde el otro elemento, si las tesis metafísico-historiológicas de Agamben fuesen correctas, es decir, si la Historia hubiese llegado a su fin o acabamiento “lógico” (no fáctico –como ocurriría en una predicción científica-), entonces ya no sería posible, por razones lógico-históricas, ontológicas, metafísicas (no fácticas) poner en cuestión las propias tesis de Agamben. Pero, obviamente, las tesis de Agamben, tanto las pertenecientes a la Metafísica de la Historia como las que se refieren a la simple Ontología, no están cerradas por razones lógicas o metafísicas. Como mucho (estaría por ver), serían las últimas en un nivel fáctico o temporal, debido, no a la lógica interna de la Historia Humana, sino a ciertas contingencias (que desaparezcan los humanos, por ejemplo). Tenemos que poder evaluar, al menos a priori, si la Metafísica de Agamben es consistente y correcta, o cuán correcta en relación con otras propuestas metafísicas. Tenemos que poder sopesar los argumentos de Agamben, argumentos de tipo “lógico” u ontológico.

Quizás pueda ocurrírsele a alguien que lo que pasa es que el propio Tiempo es una idea metafísica (que los animales no “conocerían”, vivirían, tendrían…), y que, entonces, lo que pasa o va a pasar es que el tiempo “acaba” junto con la propia Metafísica (esto mostraría más claramente, de paso, el carácter extra-positivo, no-científico, metafísico… de semejante especulación). Ahora bien, si eso fuese así, si el propio tiempo, junto con la Historia Humana, el Hombre, la Política… “acaban” en un no-tiempo, o son reinterpretados o absorbidos o reabsorbidos por algo inefable, nuevamente se plantearía la cuestión: ¿a dónde nos conduciremos ahora, en este momento, para evaluar si la tesis de Agamben acerca del Tiempo es acertada? Solo queda conducirnos a la reflexión filosófica, es decir, a la Metafísica.

El punto importante de mi argumento es, pues, que, independientemente de que las tesis de Agamben estén en lo cierto o no, tienen que poder (al menos “lógicamente”) ser sometidas a consideración por nosotros, de manera que no pueden darse como definitivamente correctas, declararse como el sello de todo. Aunque eventualmente todos los filósofos del mundo estuviesen de acuerdo en considerarlas correctas, esto no las haría un ápice más conclusivas: ese acuerdo contingente no podría clausurar definitivamente la crítica. Al contrario: cualquier acuerdo es eventual. Y eso implica que la Metafísica no puede estar acabada, nunca puede por sí misma estar acabada, sino al contrario. Cualquier tesis metafísica humana (histórica) tiene que ser, aunque infalsable empíricamente, falible "lógicamente", especulativa, dialécticamente. Por supuesto, esto afecta también a la nuestra, de modo que tampoco la nuestra puede pretenderse como una necesidad metafísico-histórica.

¿Entonces Agamben no tiene derecho a hacer una Metafísica de la Historia? Es obvio que todo pensador deduce o puede intentar deducir, a partir de su Metafísica pura, una Metafísica de la Historia. Así lo hicieron y hacen los otros metafísicos de la Historia. Pero, al hacerlo, al menos cuantos deducen un final, caen en una paradoja: hacen sus propias tesis fácticamente irrefutables. Esto no es literalmente una contradicción: es posible que, de hecho (fácticamente) no se den las condiciones de un pensar metafísico (según Badiou, la filosofía tiene unas circunstancias en que puede darse y otras en las que no). Pero estas circunstancias no serán intrínsecas a la propia Metafísica, en el sentido de que no serán solucionadas por razones metafísicas, sino abandonas por razones históricas.

Como Heidegger, Agamben habría caído en dos "errores" (unilateralidades, dicho más correctamente) solidarios y simétricos acerca de la Historia y de la Metafísica respectivamente: la Historia solo puede “acabar” fácticamente, no desde un punto de vista metafísico (pues nunca es un hecho fáctico, por puras razones “lógicas” o metafísicas, que el problema metafísico esté “resuelto”); y, en cambio y sobre todo, la Metafísica solo puede clausurarse metafísicamente (o, más bien, está, si lo está, clausurada atemporalmente en sí misma, aunque los seres finitos nos movamos en el desconocimiento de esa solución interna suya). Heidegger y Agamben pretenden dar a la Historia un final “metafísico” (en el sentido amplio y propio en que estamos usando la palabra) y pretenden dar a la metafísica un final histórico. Ambas cosas son imposibles.

Pero, una vez más se dirá: ¿no seguimos así nosotros en una separación entre lo Ontológico y lo Histórico-fáctico que es precisamente puesto en duda, deconstruido, por quienes piensan que ambas cosas son inseparables y que es justo esa escisión el gran error? También nosotros tenemos y proponemos una metafísica, sí (concretamente, una metafísica dialéctica en la que Ser y Tiempo, Ontológico e Histórico… se relacionan como interimplicándose pero no pudiendo resolverse). Pero, nuevamente, el problema es: ¿cómo podemos poner en diálogo la metafísica agambiana con la nuestra? Cualquier “solución” que suponga que la respuesta está ya cerrada a favor de una cierta metafísica, será inaceptable o, al menos, unilateral. Hay algo de incongruente en pretenderse el sello de las profecías.

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No creo, como tesis historiográfica o fáctica, que vayan a acabarse la Historia ni la Metafísica (¿cómo podría ser una tesis histórica el final de la historia, o una tesis metafísica el final de la metafísica?). No creo, tampoco, como tesis metafísica, que la metafísica agambiana sea la única posible ni la más cercana a la verdad. Tampoco creo que sea cosa de mala fe ni de pura ignorancia creer que la Historia no está a punto de acabar ni que la Metafísica está clausurada. Personas inteligentes y honestas siguen haciendo política y metafísica.

Si quienes creemos que la Historia no está acabada y que la Metafísica no está “solucionada” o superada podemos ser vistos como seres inconscientes que, en medio de las ruinas o, incluso, en medio de otro mundo (de un reino mesiánico, por ejemplo) caminan como se hacía en otra época y como ya no es posible, quienes profetizan el final de la Historia, el acabamiento de la Metafísica, pueden ser vistos,m por su parte, como profetas que una y otra vez se equivocan, y que creen estar haciendo algo diferente a lo que siempre se hizo y ellos mismos siguen haciendo. Ambas visiones están en una dialéctica que tenemos que seguir pensando, que no está acabada.

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NOTA: Cuando escribí lo que sigue, aún no había leído los tres (magníficos) ensayos de Agamben que forman su libro Signatura rerum, y que contienen reflexiones que, en parte "responden" a ciertos aspectos de lo que me pregunto aquí y, en parte, y sobre todo, aclaran las tesis "metodológicas" y ontológicas del autor de una manera que en este artículo no es tenida en cuenta. Intentaré comentar esas ideas en otro momento.

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