jueves, 10 de octubre de 2013

El olvido de la analogía del ser, II: un intento de retorno desde la metafísica analítica

¿Cómo puede salvarse a la vez la unidad del ser y la pluralidad de los seres? ¿Qué relación hay entre lo universal y lo particular? ¿Cómo puede la Idea, el Género, lo Común…, hacer inteligible sin hacer imposible el fenómeno, lo concreto e individual? Este es, según Aristóteles, el primer problema de la filosofía primera, primero al menos en orden de generalidad. “El Filósofo” contestó a la pregunta con lo que constituye su más básica y fundamental tesis metafísica (o, como se dice hoy, menos adecuadamente, metametafísica): el ser se dice de diversas maneras, aunque todas por relación a una. El ser no es un concepto unívoco, predicado en el mismo sentido de todas las cosas o categorías de cosas. El ser no es un género: no puede haber un máximo género único, es decir, un concepto unívoco universal, pues un género no se divide por sí mismo sino por una propiedad extrínseca, y nada es extrínseco al ser. Lo mismo que si todas las cosas se volviesen blancas la vista no las distinguiría, si el ser fuese perfectamente unívoco tendría razón la diosa de Parménides: el ser sería uno e indivisible. Pero tampoco puede, el ser, ser una mera pluralidad heterogénea, sino que, incluso al contrario, la unidad de las cosas, el que toda y cada cosa sea, tiene que ser lo más íntimo a todas y cada una de ellas. El ser es analógico.

Esta teoría de la Analogía del ser ha sido, a lo largo de la historia de la filosofía, casi totalmente entregada al olvido. Solo fue conservada y perfeccionada por Tomás de Aquino y sus mejores discípulos y sopesada con más esmero que nunca entre sus contemporáneos. Después, en la “Edad Moderna”, cayó en el silencio de lo inconsciente. El univocismo, y su otra cara necesaria, el equivocismo, fueron, también y por la misma razón inconscientemente, lo obvio en la consideración moderna de la realidad. Y esto afectó y afecta de manera especial a las filosofías más impresionadas por la ciencia, l positivismo y su herencia.

Recientemente, sin embargo, un filósofo del mundo de la metafísica analítica, Kris McDaniel, ha defendido la pertinencia de volver a la teoría de las maneras de ser (“A return to the Analogy of Being”, en Philosophy enda Fenomenological Research, Noviembre 2010, y Ways of Being, en Metametaphysics, New Essays on the Foundations of Ontology, Oxford 2009). ¿Cómo podríamos caracterizar, en el aparato de la filosofía analítica y su “lógica” estándar, la noción de analogía, y cómo justificar su relevancia? McDaniel piensa que desde las hoy dos más aceptadas concepciones de la existencia (o sea, la que la identifica con el cuantificador o concepción “neo-quineana”, y la que la define como un predicado de orden superior a uno, concepción “kantiano-fregeana”), es posible caracterizar la noción de analogía y mostrar su importancia.

Desde el punto de vista cuantificacional, para el cual el ser o existencia no es una propiedad (el ser no es ni un género ni una especie, no es una superpropiedad), los modos analógicos de ser deberían ser interpretados, según McDaniel, como cuantificadores limitados o restrictos, cada uno de los cuales tiene aplicación a solo un rango y tipo de cosas.

Pero ¿es pertinente dividir el espacio total de la cuantificación universal en dominios restringidos? ¿No es más básico, metafísica y lógicamente hablando, el cuantificador irrestricto? Se ha discutido mucho, en la reciente literatura analítica, si puede hacerse un uso completamente irrestricto del cuantificador, es decir, si cualquier tipo de cosa (lo mismo un individuo material que una relación o cualquier otro objeto abstracto) puede ponerse bajo un mismo y único cuantificador. Hacerlo genera las conocidas paradojas del conjunto de todos los conjuntos, que llevó a Russell a proponer una teoría de tipos y ha llevado a otros a soluciones semejantes. Pero incluso aceptando que haya un cuantificador irrestricto, es decir, un uso de “es” (o “existe”) aplicable a cualquier tipo de cosas, y que correspondería, pues, al más vacío y abstracto de los conceptos, ese sentido sumamente general, argumenta McDaniel, podría ser ontológicamente menos fundamental que algunas de sus restricciones. Así, la analogía del ser no sería incompatible con su univocidad: significaría “solamente” que el valor más universal del cuantificador no es el metafísicamente más fundamental e interesante.

¿Por qué? Porque, arguye McDamiel, no todas las articulaciones posibles del Todo son seguramente igual de relevantes, como se esforzó en mostrar en años recientes D. Lewis. Según Lewis y sus seguidores (véase, por ejemplo, el reciente libro de Ted Sider, Writing the Book of the World) no cualquier corte posible en el todo de las cosas, corta con la misma “naturalidad”, es decir, tan adecuadamente, por las “articulaciones de la realidad”. Como nos pidió Platón en Fedro, El Político y otros lugares, el dialéctico tiene que conducirse como un buen trinchador y seguir las articulaciones propias de la cosa (carving at the joints), y no cortar por cualquier lado. De un legendario cocinero chino se cuenta que no necesitó en toda su vida más de un cuchillo, porque dejaba a las “cosas” partirse por sus coyunturas naturales. Una propiedad meramente disyuntiva, por ejemplo (digamos “ser un electrón o ser una vaca”), aunque permite definir un conjunto de cosas (el conjunto de, por ejemplo, “dos electrones y una vaca”), no corta tan natural o adecuadamente la realidad como la propiedad “ser un electrón” o la propiedad “ser una vaca”. Por tanto, no todas las restricciones al cuantificador más universal son metafísicamente iguales.

Decir, entonces, que un término es analógico sería, propone McDaniel, decir que ese término no es un primitivo semántico, es decir, que no es una propiedad simple y fundamental de la realidad, sino un término algunas de cuyas partes o modos de significar son más “naturales” o fundamentales que otros. Un lenguaje en que el cuantificador irrestricto es semánticamente primitivo, no es, por tanto, un lenguaje ideal.  Heidegger (a quien McDaniel toma como ejemplo de pensador analogista actual) acertaba plenamente, pues, al advertir que es preciso teorizar acerca del significado de ser. La metaontología de Heidegger, su replanteamiento del sentido de la pregunta por el Ser, supondría, para empezar, un rechazo del concepto de ser como lo más vacío y genérico, es decir, como igual al cuantificador irrestricto. Y, en segundo lugar, introduciría diferentes “sentidos de ser”, tales como el Dasein o el modo en que son las cosas que están a la mano, sentidos ontológicamente más importantes que el simple ser universal y vacío.

No es una cuestión trivial para la metafísica discutir si el ser debe entenderse unívoca o analógicamente, y cuál es su sentido fundamental. O, en otros términos, no es irrelevante discutir si el cuantificador universal, es decir, el que puede usarse para cualquier tipo de cosa (existe algo que es una silla, existe algo que es una negación, existe algo que es la nada…), es un término fundamental y que deba ser primitivo en un lenguaje que pretenda reflejar adecuadamente la realidad. Incluso si el lenguaje corriente es indiferente a los usos analógicos del ser, favoreciendo solo el univocismo, siempre podemos usar lo que Sider llama el “ontologés”, es decir, un lenguaje hecho a medida de las necesidades ontológicas, en el que se estipulan términos técnicos. Eso sería lo que habría hecho Heidegger, introduciendo significados técnicos para términos como Dasein. O lo que habría hecho Aristóteles al usar técnicamente términos como usía (sustancia o entidad) y las otras categorías.

Lo que acabamos de decir acerca de la concepción cuantificacional o (neo)quineana del ser, se puede decir también, muestra McDaniel, partiendo de la concepción que identifica al ser como una propiedad (una propiedad de propiedades). Una propiedad analógica sería, entonces, como una propiedad disyuntiva, es decir, una que no se define simplemente de manera unitaria.

Pero ¿qué diferencia hay entre un término analógico y uno meramente disyuntivo? McDaniel reconoce que no es fácil hacer la distinción. ¿Qué separa entonces a la analogía de la equivocidad? Porque, obviamente, los diferentes sentidos en que diríamos “es” no lo son como cuando decimos “banco” o “gato”, donde se trata más bien de términos totalmente distintos, y no de diversas aplicaciones o modos de usar el mismo término. En los términos  analógicos se trataría de un mismo significado básico, aunque con relativizaciones. McDaniel se esmera en buscar algunas formas de comportamiento de un término que nos permitan considerarlo analógico. Y encuentra que los términos analógicos pueden ser caracterizados como aquellos que cambian, de manera sistemática, al menos en dos modos: en su adicidad y en su axiomática, es decir, en la cantidad de huecos que precisa cada sentido del mismo término analógico, y en los axiomas que definen cada uno de los sentidos de un término analógico.

Ejemplos de sistemática variación de adicidad de un término serían los siguientes. Pensemos, primero, en la diferencia entre existencia temporal (propia de las entidades naturales) y existencia intemporal (la de los objetos matemáticos, las ideas platónicas, etc.). No parece, dice McDaniel, que sea el mismo el sentido en que existe lo temporal (existen los dinosaurios) y aquel en que existe lo intemporal (existe el dos).  Si no hubiera ahí distintos modos de existencia, uno para lo temporal y otro para lo atemporal, sino que el sentido de “existencia” fuese el mismo, entonces parece difícil explicar qué relación habría entre el tiempo y la existencia de las cosas temporales. Más bien, se trata de un uso analógico de “existir”, uno de cuyos sentidos, el intemporal, tiene adicidad-uno (porque, no incluye referencia al tiempo, sino solo al objeto), mientras que el otro tiene adicidad mayor que uno, pues requiere indicación de tiempo. Es decir, mientras que basta con decir que “existe el dos”, sin señalar el tiempo en el que existe (pues esto sería absurdo), no basta con decir “existen dinosaurios”, sino que es preciso señalar el tiempo (y el espacio): “existieron los dinosaurios hace millones de años”. Este sería un ejemplo, de inspiración platónica, de analogía por variación sistemática de adicidad. Un ejemplo aristotélico de lo mismo sería el que implica el concepto de inherencia: no es la misma la existencia de las sustancias que la existencia de las formas: estas existen-en (inhieren a) la sustancia. Ambos modos de existir son ontológicamente anteriores o más fundamentales que el de simplemente existir. “ser” tiene una adicidad cuando se refiere a una sustancia y otra cuando se refiere a las cosas adjetivales.

También tenemos motivos para hablar de analogía de un término, dice McDaniel,  cuando se produce una variación sistemática de la axiomática que rige cada uno de sus modos de uso o sentidos. Hay una variación sistemática de la axiomática que rige los distintos sentidos de ser, por ejemplo, cuando distinguimos entre ser intencional y ser no-intencional; o si, por poner otro ejemplo, nuestra ontología dice que la realidad está formada de dos elementos irreducibles entre sí o a otro (por ejemplo, materia y estructura). En esos casos, los principios que rigen el uso de “ser” o “existir” son diferentes para cada modo de ser.

En resumen: que un término sea analógico significa, según McDaniel, que los diferentes modos en que se usa (las restricciones de su uso general) son ontológicamente más fundamentales que el uso más general o extenso; y podemos considerar que es analógico un término cuando sus aplicaciones varían sistemáticamente en, al menos, adicidad y axiomática. El término “ser” tiene todos los síntomas de ser un término analógico. Por tanto, es parte fundamental de la metafísica determinar qué diversos sentidos “naturales” tiene.


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Haré ahora algunos comentarios a este interesante intento de “retorno a la analogía”. El intento de McDaniel es muy interesante aunque solo sea por proceder del seno de la filosofía analítica. Pero, desde luego, tiene sus méritos propios, especialmente el de la pulcritud típica de los filósofos analíticos. Como suele suceder, esta pulcritud o cientificidad no tiene por qué ser del todo directamente proporcional a la profundidad, pero ni mucho menos le es inversa.

Empecemos por un comentario menor, que nos conducirá, sin embargo, hacia el problema de fondo. Cuando McDaniel habla de la analogía de “ser” se referirse a ejemplos que no son precisamente aquel que Aristóteles consideró básico: el ser como las diversas categorías (usía, cuánto, cómo, en relación a…, etc.) Los modos de ser a los que se refiere McDaniel cuando habla, por ejemplo, de Heidegger (Dasein, ser-a-la-mano…), no fueron llamados por Aristóteles “maneras diferentes del ser”, sino tipos de entidades o sustancias (inanimadas, animadas, divinas…). Fue Tomás de Aquino, en su movimiento platónico, quien de hecho “extendió” el concepto de analogía también al orden de las sustancias (pervirtiendo así, según algunos, el aristotelismo ortodoxo), pero comprometiéndose, entonces, con que la propia realidad sustancial (y no solo el concepto “abstracto” de ser) existe en diversos modos irreducibles. Si queremos buscar en Heidegger el mejor equivalente de la tesis aristotélica de que el ser se dice en varios sentidos, tendríamos que dirigirnos a la tesis heideggeriana de la Diferencia Ontológica, según la cual el Ser no es uno de los entes. Esto es lo que podríamos llamar la metaontología básica de Heidegger y lo que él llama a veces cuestión óntico-ontológico. Ni siquiera el ejemplo “aristotélico” que ofrece McDaniel de analogía del ser (el de la sustancia, que no inhiere en algo, y la forma, que sí lo hace) es un ejemplo que Aristóteles use para referirse a la analogía. Más bien, al tratar ese caso, Aristóteles habla de sustancias primeras y sustancias segundas, e incluso de ser “más sustancia” (las sustancias individuales son “más sustancia” que los géneros).

¿Por qué McDaniel no se refiere a alguno de los ejemplos más aristotélicos, el de las diversas categorías (sustancia, cantidad, cualidad…), o el de acto y potencia? Es muy probable que sencillamente McDaniel no vea fácil contemplar las “categorías” como modos del ser, sino como “mera” estructura lógica o del Lenguaje. Tan fuerte es, seguramente, la caracterización estándar de las categorías del Lenguaje, pese a que la metafísica analítica hace tiempo que abandonó el giro lingüístico y pretendió volver a la ontología y la metafísica. Por poner un paralelo de esto, tampoco a Kant se le habría ocurrido decir que su tabla de las categorías era una lista sistemática de los sentidos del ser: en su caso, era el Sujeto Trascendental el que hacía el papel que luego caerá en el Lenguaje.

Pero esto es subsanable. McDaniel podría perfectamente adaptar su caracterización de la analogía para que fuese aplicable, con más generalidad, a las diversas categorías que articulan el Lenguaje. El problema mayor que, a mi juicio, se le presenta a su caracterización de la analogía del ser, es que queda encerrada en el círculo de la cuantificación: la analogía sería solo restricción de universalidad. Sin embargo, como intentaré mostrar en la próxima entrada, el concepto de ser en Aristóteles es mucho más abarcante que incluso el existencial irrestricto y que cualquier consideración cuantificacional o extensional. Si la caracterización de McDaniel se podría expresar diciendo que el ser en cuanto género universal que es, no es un concepto tan fundamental como algunas de sus divisiones o partes, en Aristóteles hay que decir, más bien y al contrario, que la universalidad del ser no es la de un género, es decir, que ni el concepto de extensión máxima, ni ninguna de sus posibles partes o restricciones, sirve para entender la realidad en su sentido más fundamental.

La otra consecuencia que tiene la a mi juicio insuficiente caracterización que de la analogía hace McDaniel, es que el ser es visto como una noción no fundamental, sino “disyuntiva”, abstracta, secundaria. Obviamente, si se considera que la universalidad máxima del ser solo puede ser la expresada por la univocidad o cuantificación irrestricta, no hay más remedio que considerar que "ser" es un concepto abstracto y metafísicamente secundario, un “ente de razón” o lógico, sin mucho importe real. Esto rescata uno, pero solo uno, y quizás el más pobre, de los elementos que tiene la teoría aristotélica: el ser no es, fundamentalmente, un género, una máxima extensión. Pero ignora el problema profundo: ¿qué pasa entonces con la unidad del ser?

La concepción de la analogía como partición de la extensión máxima, es también un retorno a la equivocidad del ser, al pluralismo, aunque de una manera pretendidamente controlada. Tampoco Aristóteles fue, seguramente, más allá de “reconocer” una pluralidad intrínseca a la realidad, como único modo de salvar el Fenómeno fundamental del cambio. Pero creo que al menos Aristóteles fue más allá del cuantitativismo y atisbó una relación metafísica intrínsecamente irreducible a cantidad o extensión.

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