viernes, 26 de abril de 2013

El Texto, lo Decible, la Belleza, el Amor II (Fragmentos de Diálogos de Filosofía


Copio la continuación del texto de la última entrada, parte del segundo diálogo de Diálogos de Filosofía, en que el antiguo maestro recuerda, a su antiguo alumno y amigo, lo que alguna vez habló con aquella mujer acerca del Amor, la Belleza, lo Decible, el Texto...

M.- Al recordar El Banquete con ella, me pareció más bello que nunca. ¿Lo has leído?
A.–Nos lo recomendaste tú mismo, en clase. Dijiste que, como éramos jóvenes, nos interesaría. Pero he leído muchas cosas después.
M.–Si recuerdas lo que dice allí Sócrates, recordarás, como me recordó ella, que cuenta lo que le explicó Diotima de Mantinea, la sacerdotisa de Apolo. Eros, el Amor, fue concebido el mismo día del nacimiento de Afrodita. En la celebración de este sagrado nacimiento, la Pobreza o Carencia (en griego Penía), que no había sido invitada al banquete de los dioses y se encontraba del todo falta de recursos, aprovechó el momento en que el Recurso mismo (el dios Poros), ebrio de néctar, se había quedado dormido en el jardín de Zeus, y se fecundó de él. De esta maña nacería el Amor, quien tiene, de su madre, una vida siempre precaria y, de su padre, el instinto y la habilidad para prosperar. Eros no es un dios ni un mortal, sino ese demon o intermedio entre lo uno y lo otro, como hay un medio entre saber e ignorar, y entre la perfección y la nada.
»–¿Y quién es esa madre –dijo mi amiga–, sino la diosa Hestia que, según en otro momento dirá Sócrates a Fedro, no marcha en el viaje de los dioses y las almas hacia los prados del conocimiento? Es también esa nodriza de necesidad en la que, según Timeo, se replican las ideas para dar lugar a la mezcla que es este mundo.
»–Sí, según ese mito hecho a medida del varón –dije yo.
»–Así es –dijo–, hecho a imagen del mito del varón. El que ama (sigue la enseñanza de Diotima al joven Sócrates) ama la posesión eterna del Bien, y procrea en la Belleza, de cuerpo o de alma. La procreación del cuerpo es lo que llamamos reproducción, y esa pervivencia física es lo que de divino hay en lo mortal. La procreación del alma es algo mucho más divino que el más sutil de los alientos. El amor tiene diferentes ritos. En los ritos primeros (cuenta Sócrates que le dijo aquella mujer) cualquiera podría iniciarse por sus propios medios, pero en los ritos finales ya no podría, sin su ayuda. La iniciación empieza con los cuerpos, sigue con las almas, cuando se descubre que la belleza de todos los cuerpos es una, que no procede de ellos, y, una vez se fija en el alma, se remonta desde las virtudes inferiores hasta el conocimiento, y, dentro de este, a un solo conocimiento: el de lo que es Bello en sí y por sí, de forma absoluta e independiente. Buscar esa Belleza es la más perfecta forma de amor.
»–La filosofía, en su auténtico significado –dije.
»–Eros –asintió ella– es ese impulso que nos lleva desde la carencia a la plenitud, desde lo aparente a lo real, desde el signo al sentido, y que se nos manifiesta como intenso placer y locura, pero también como nostalgia y ansiedad, cuando no ve lo que busca. Aunque el amor no es el estado perfecto, tampoco es, menos aún, la sucia pasión de los poetas ciegos y los oradores vistosos. Es aliento de vida, y está en carne viva en los artistas y demás viajeros. Como que fue concebido el día del nacimiento de Afrodita, la hija de Zeus, o sea, la belleza de la Inteligencia.
A.–Esto me gusta más que lo de ayer.
M.–¿Cómo?
A.–Ayer me dolía y hasta me enervaba ir de un lado para otro. Lo que cuentas hoy es como luz de una casa en medio de la tormenta.
M.–¡Qué poético! Como todavía eres joven, esto se ve que te afecta más.
A.–Puede ser. Pero también a ti se te ve ilusionado, hablando del amor.
M.–Eso es que mi juventud no ha envejecido mucho. Aparte de que es el gesto que se supone que hay que poner en estos casos. Bueno, sigo. Yo (que ya era joven por entonces) le dije, como dices tú:
»–Es bella esa teoría del Amor, aunque también la he encontrado siempre algo triste y llena de nostalgia.
»–¿Cómo se da el amor en nosotros? –siguió ella, que en la inercia de su discurso y con el calor de la marcha, pareció no oírme–. ¿Cómo somos capaces de amor? Porque somos alma, cree Sócrates. El amor es del Alma y es el Alma quien ama, la que es afín al demon. El Cuerpo es solo la expresión del amor del Alma. También las almas son seres intermedios. Estuvieron allí de donde propiamente son; y el lugar donde están ahora, ahora que están obligadas a verlo todo en signos, no es su lugar, porque entre simples signos el Alma no tiene lugar... Pero ¿no es un absurdo eso, “puros signos”?…
»–¿Quieres decir que los signos nunca expresan lo que quieren? –le dije yo.
»–Los signos siempre viven de otra cosa –dijo–. Sin el aliento del Alma se desintegrarían.
»–¡El Alma! –suspiré.
»–De varias formas menciona el mito al Alma –siguió ella–. El Alma es Helena, princesa raptada por el bárbaro troyano, y de la que los poetas no supieron decir la verdad. Es también un carro alado tirado por dos caballos y conducido por un cochero. Su pasto, según se cuenta Sócrates a sí mismo en el Fedro, está más allá del último círculo del mundo, en el lugar sin lugar. Pero el Alma, pesada por ese deseo irracional que es el contrario de Eros, perdió las alas y se encarnó. Entre las cosas de aquí deambula, y donde ve algo parecido a lo Perfecto, o sea, a lo Bello mismo, lo ama y lo persigue. Porque el Alma cree saber que lo bello es real y es bueno. Las cosas visibles, como signos que son, despiertan el recuerdo del sentido de las cosas, adormecido pero presente en el Alma, porque en ella está presente lo que no está presente. Ella entonces despierta y recuerda, y lo que recuerda no es lo que fue, sino lo que será, lo que debe ser, un recuerdo del futuro presente.
»–Hablas del alma enamorada –dije.
»–Pero toda alma ama –dijo ella–, porque solo quien ama está vivo y el Alma es solo vida –hizo un silencio–. Esta es toda la defensa que Sócrates sabe hacer de Eros, después de haberle calumniado ante el joven, dejándose llevar por su loca afición a los discursos. ¿Qué otra explicación hay del Amor?
»–Solo conozco –dije– esa otra de Lisias, muy universal en sus tiempos y también en los nuestros, que dice que es un impulso irracional y ciego.
»–Sí –dijo ella– y esa pasión es precisamente la que el pretendiente a quien hace hablar Lisias condena, pero a la vez la que él mismo sufre o cree que sufre, porque aunque ese buen hablador se disfraza de racional, lo que busca, en broma y en serio, es aquello a lo que le arrastra el deseo, la posesión del cuerpo joven.
»–Es cierto –contesté–, él mismo está bajo la más dura forma de la pasión.
»–Pero según Sócrates –siguió ella– lo que realmente busca, aunque no lo sabe, es la verdadera belleza, que se manifiesta también en ese cuerpo. Sin embargo, según un psicólogo de Lisias, ¿qué es lo que busca?
»–¿Qué quieres decir? –le pregunté, aunque no porque no la entendiera.
»–Esa teoría del amor como enfermedad –dijo ella–, dejando a un lado que es fea y desesperada (lo que, tratándose del Amor y la Belleza es más chocante), no tiene nada que decirnos de por qué tenemos (o más bien, según ellos, nos tiene) ese impulso que tanto nos lleva a dar la vida como a dar la muerte.
»–Hay una variante de esta teoría –dije– que distingue entre un deseo enfermo y uno sano. Uno nos lleva a la destrucción, el segundo a la supervivencia.
»–Sí –dijo– es un hecho que amamos ser, y ser más que ser menos. Llamamos bello a lo que nos gusta, pero nos gusta porque es bello, y es bello porque es verdadero. Así que ni mucho menos es ciego el Amor.

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