viernes, 26 de octubre de 2012

Los contrarios y la sustancia (microcomentarios a la Física de Aristóteles, III)


Aunque el objeto de la Ciencia de la Naturaleza es definir Naturaleza y lo que le corresponde, Aristóteles ofrece en el primer libro de su “Física” el soporte metafísico necesario para “salvar” la physis. Naturaleza es cambio. Que existe el cambio lo sabemos por experiencia. Pero ¿qué nociones fundamentales implica la existencia del cambio? ¿Cómo salvar, conceptualmente, el cambio? Los “principios” de la naturaleza tienen que ser, para ello, en cierta cantidad y de cierta cualidad. En cuanto al número de los principios, el cambio es inexplicable o insalvable tanto si los reducimos a uno (sea esta unidad formal o material) como si suponemos infinitos principios, causas y elementos. Tienen que ser en un número finito, y el menor posible, los estrictamente necesarios. Pero ¿cuántos y cuáles son?

Son principios ontológicos de la Naturaleza, por un lado, los contrarios. Y en esto, dice Aristóteles, han estado de acuerdo todos. No hay cambio si no se pasa de algo a algo diferente. Pero no basta con que el segundo algo sea simplemente diferente, sino que tiene que involucrar, en el fondo, lo completamente diferente, lo contrario. La principal razón, lógica, de que la contrariedad sea fundamental o principal, es que los principios no pueden ni proceder uno de otro ni provenir ellos de otra cosa. Los contrarios son irreducibles entre sí, y son irreducibles a una sola noción. Si no fuese así, caeríamos de nuevo en el monismo, ya sea “materialista” (Tales, etc.) ya “idealista” (Parménides), y convertiríamos la Naturaleza (intrínsecamente plural y cambiante) en una ilusión, lo que, para Aristóteles, no es salvarla.

Aristóteles no se contenta con esa “obviedad lógica” de la irreducibilidad de las nociones contrarias, sino que intenta justificarla en algo más “físico”, o metafísico, pero no meramente formal. El axioma en que se apoya Aristóteles es el del orden necesario en la naturaleza: ninguna naturaleza puede actuar sobre otra ni seguirse de otra al azar, a no ser por accidente. La blancura no puede generarse ni destruirse a partir de o hacia, por ejemplo, la musicalidad, sino de y hacia lo no-blanco; una carga electromagnética no puede transformarse hacia o desde un fenómeno no electromagnético. Si cada una de las transformaciones naturales, nos está diciendo Aristóteles, no se inscribiesen en un único y determinado ámbito ontológico (el suyo propio), ámbito que, en último extremo, se tiene que reducir, cada uno, a un único orden de sí / no, entonces cualquier cosa podría suceder (al azar), y el cosmos sería caos.

¿Es esto un razonamiento mejor? ¿Es un “axioma”? ¿Es una cuestión meramente empírica? Es, como mínimo, un postulado necesario de toda investigación, suponer que no es posible cualquier cosa, sino que hay necesidad estricta, determinación, legalidad. La tesis humeana de que el orden de la naturaleza no es más que un hábito psicológico, es insuficiente. A no ser que postulemos orden objetivo en la naturaleza, ningún razonamiento psicológico e inductivo funciona, y la ciencia se convierte en mera creencia. Si todo es posible, nada es más esperable razonablemente. Y si unas cosas son “más posibles” que otras (que es lo que se quiere decir, filosóficamente, con “probables”) lo será porque haya unas leyes a priori (no a su vez posibles) que así lo determinan. Una de esas son las de la lógica y la matemática. Entre ellas, la de que toda transformación es analizable en términos básicos (ya no analizables a su vez), es decir, en términos pertenecientes a un solo orden. Y no hay orden más básico que el de la alteridad pura de los contrarios. Este orden es más básico aún que el numérico. Pero no es solo un postulado de la ciencia: la necesidad del orden es un axioma puramente “lógico”, es decir, racional. Es imposible salvar, no ya la naturaleza, sino simplemente la racionalidad, si se supone que todo es contingente.

Los contrarios son principios. Pero, sigue Aristóteles, no pueden ser solo los contrarios (lo quieto y lo móvil, lo denso y lo raro, lo cargado positivamente y lo no cargado positivamente…), pues ninguno de los contrarios puede actuar directamente sobre el otro. Si existiesen solo los contrarios, cada instante sería irrelacionable con otro. Los contrarios se dan necesariamente en un algo, la sustancia (usía) o subyacente (hypokéimenon), categorialmente diferente a los contrarios: ni los propios contrarios son sustancia (sino “en la sustancia”) ni la sustancia tiene contrarios (sino que los contrarios se dan “en” ella). Es necesariamente una cosa la que se calienta (pasa de frío a caliente), se oscurece, aumenta de volumen… Esto, paradójicamente, no afecta a las sustancias físicas elementales. Un cuanto no se transforma, desaparece y “deja” en su lugar otra(s) partículas. Por tanto, al nivel último de división material, no existe la transformación (salvo “local” –en sentido abstracto de ‘local’-), no hay, en otros términos, cambio “cualitativo”, sino solo lo que Aristóteles considerará el cambio mínimo o cuantitativo. Las partículas no se transforman cualitativamente: por ellas solo pasa el tiempo: nacen, se desplazan y mueren. En el otro extremo, en el nivel más general de la sustancia, ocurre a la inversa: la sustancia natural universal no nace ni desaparece, solo se transforma. Solo en los niveles intermedios de análisis natural, a un  nivel relativo de sustancialidad física, hay tanto cambio cuantitativo como cualitativo, y, lo que es más, tanto transformación no-sustancial como sustancial (“nacer” y “morir”)

Son necesarios, pues, para que haya naturaleza o cambio, los contrarios y la unidad de la sustancia. Y basta con eso. Ya puede salvarse el más básico de los cambios con solo esos principios, cree Aristóteles. En cierto sentido, pues, se puede decir que los principios básicos de la Naturaleza son dos, y en otro sentido, que son tres. Si se toma al ser natural como un todo, se puede decir que una sustancia S con una cualidad C, pasa a ser la misma sustancia S con una cualidad no-C (la contraria de C, o un intermedio. Aunque sería más correcto decir que el cambio va de no-C a C, ya que todo cambio es, esencialmente, actualización, de manera que el estado primitivo era privación o falta de lo que se produce en el estado final –veremos eso en otro momento, cuando tratemos de la teleología-). Si, en cambio, analizamos el compuesto, distinguiendo conceptualmente (no real u ontológicamente) la Sustancia de sus cualidades, tenemos que decir que en toda transformación, es decir, en todo hecho natural, intervienen tres elementos, la Sustancia, y los dos Contrarios.

Esta, dice Aristóteles, es una manera de resolverlo. La otra es acudiendo a las nociones de potencia y acto, como hace en otros lugares (en Metafísica, por ejemplo).


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Habría que reparar en las implicaciones metafísicas que tiene este modo de salvar lo natural: Aristóteles se ve obligado a reconocer la dialéctica y la analogía de la Naturaleza: la naturaleza está hecha a la vez de los contrarios en lo mismo (dialéctica), pero eso solo puede entenderse si aceptamos una concepción analógica de todas las relaciones implicadas. Veámoslo. Al hecho básico, fundacional, de lo natural, Aristóteles lo llama “suceder” (gígnesthai). El suceder es el ser natural. Es el “milagro” de la Naturaleza: cambia. Y esto nos obliga a aceptar que el ser natural es siempre esencialmente “compuesto”, de dos “cosas” (aspectos, elementos…) totalmente “heterogéneas” (tan heterogéneas como para no poder ser del mismo género, aunque lo suficientemente “homogéneas” como para constituir, juntas, coaligadas, entrelazadas, la Naturaleza): la forma (privación y actualidad) y la sustancia o sustrato (materia). Ni la forma (los contrarios) puede ser del orden de las cosas o sustancias, ni, dentro del ámbito de la propia forma, pueden reducirse unívocamente privación y actualidad. Eso nos obliga a romper por todas partes la univocidad y meter el pensamiento analógico, lo cual, reconoce Aristóteles, resulta “extraño”, porque nos obliga a reconocer que, de alguna manera, no “absoluta” (“en cierto modo”) es lo que no es:

“Nosotros, también, decimos que nada llega a ser en sentido absoluto de lo que no es, sin embargo de alguna manera se da un llegar a ser a partir de lo que no es, a saber, por accidente (pues a partir de la privación, que es en sí no ser, no de un constitutivo suyo, llega a ser algo. Pero esto causa admiración y parece imposible que así llegue a ser algo, a partir de lo que no es)”

μες δ κα ατοί φαμεν γίγνεσθαι μν μηθν πλς κ μ ντος, πς μέντοι γίγνεσθαι κ μ ντος, οον κατ συμβεβηκός (κ γρ τς στερήσεως, στι καθ' ατ μ ν, οκ νυπάρχοντος γίγνεταί τι· θαυμάζεται δ τοτο κα δύνατον οτω δοκε γίγνεσθαί τι, κ μ ντος)·

Tampoco la sustancia universal (la “materia primera”) puede ser conocida más que analógicamente:

“Y a la naturaleza subyacente se la conoce por analogía”

δ ποκειμένη φύσις πιστητ κατ' ναλογίαν. 

Esto recuerda a la manera en que, según Timeo en Platón, conocemos a la khorá o madrastra, mediante un pensamiento impuro o “bastardo”.

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