jueves, 23 de febrero de 2012

Un ejemplo del juego dialéctico de las hipótesis: yo

En el tercero de mis Diálogos de Filosofía, titulado "El Ateniense o del Ser", y que es mi intento de interpretación del Parménides de Platón, el ex maestro, después de contar a su antiguo alumno la conversación que (según le contó su amiga e iniciadora, la Maga), habían mantenido un día algunos filósofos (entre los que estaba el Ateniense) acerca de ese extraño diálogo de Platón y de la dialéctica, le pone algún ejemplo más concreto de lo que es el ejercicio dialéctico propuesto por Parménides-Platón (con su “solución analógica”, de la que hablaré en otro momento). Tan concreto como Yo:

M.–Eso es. Porque lo hemos hecho con lo Uno, pero según el Ateniense eso debe valer para todas y cada una de las cosas, por ínfimas que sean. Por ejemplo, debe valer para... ti mismo. ¿Cómo se aplicaría a ti mismo todo esto?
A.–Aunque sea sobre mí mismo, ¿podrías hacerlo tú?
M.–Está bien. En vez de hacerte un psicoanálisis, te haré un análisis dialéctico. Primero, como sabes, hay que empezar por esta hipótesis: Si existes, tú, si eres realmente algo, uno y el mismo contigo mismo, ¿qué se sigue, para ti y para los demás? En un primer momento se sigue que tienes que ser único, e idéntico solo a ti, irreducible a los demás e indivisible (o individuo, si prefieres). Lo que eres tú en ti mismo tiene que ser, pues, incomprensible a partir de otras cosas o cualidades, e inexpresable. Nadie, ni tú mismo, sabe qué eres.
A.–Eso es verdad.
M.–Y en eso, en la sustancia, eres, además, uno con todos los demás seres.
A.–Es un pensamiento muy bonito.
M.–Pero a la vez, puesto que eres alguien y estás presente en el mundo y los demás podemos verte y conocerte, debes tener también ciertas características, exclusiva y eternamente tuyas. Pero ¿cuáles? Todas, si lo piensas bien. Tú eres, en esencia, todo en cierta forma, ya que eres una perspectiva de todas las cosas, y todas están en ti y tú estás en todas. A todas las ves en ti, y todas existen por ti. Solo así puedes expresarte en ellas, y ellas pueden conocerte (pues cada una te recibe según su modo, pero en todas eres tú), y tú puedes conocerlas a ellas, asimilándolas pero sin distorsionarlas: todas son tú y, tú, todas.
A.–Esto también me parece muy bello. Como te dije el otro día, es algo que muchas veces…, o pocas, pero muy importantes, he sentido.
M.–Y si tú eres tú y existes, ¿qué se deduce para las demás cosas? Por un lado, todas son algo por participar de ti y de todas puedes tener idea, como hemos dicho. Pero, por otro lado, puesto que ninguna otra es tú ni tú eres ninguna, sino que cada uno es solo él mismo consigo mismo, no podrás hacerte ni idea de las demás cosas, de lo que son en sí mismas; no puedes juzgarlas, ni decir, siquiera, que existen.
A.–Así es. ¿Qué sabemos, en realidad, de lo que es nadie, ni nada?
M.–Si, visto todo esto, te molesta pensar que eres todo y nada a la vez, entonces se te puede pasar por la cabeza negar que seas algo, que existas. Supongamos ahora que, en realidad, no existes, que eres una ilusión o una sombra, un puro vacío. Sin embargo, puesto que los demás pensamos en ti y tú mismo te piensas, hay que creer que eres algo, por fantasmal que sea. Tú lo crees y los demás lo creemos. Eres una idea que hemos sacado entre todos de la nada, pero gracias a la cual te señalamos y te tratamos. Pero entonces ¿qué eres tú? Si lo piensas un poco te descubrirás pareciendo cualquier cosa. Porque no eres realmente nada, sino que cada uno en cada momento (incluido tú mismo) te imagina como quiere o puede, y nadie tiene más razón que nadie. Para uno ahora eres bueno, para otro, malvado; para uno, gordo, para otro, flaco. Tú ahora mismo te ves recto, luego te ves curvo, aunque no hayas cambiado, porque las nadas no cambian. ¿Quién dirá cómo eres realmente? Nadie, porque realmente no eres nadie, no eres más que una ficción, pero, eso sí, una ficción llena de todo y que lo llena todo.
A.–Si te dijese que esto me parece tan verdad como lo otro, me mentiría.
M.–Si lo vuelves a examinar, pensarás que si no eres realmente nadie ni nada, es un error creer que pareces así o asá. Lo más lógico es pensar que no eres ni pareces nada de nada. Así descubres del todo tu vacío.
A.–Como creías tú, de joven.
M.–¿Y qué pasará con los otros? Si tú no existes, pero eres, al menos, una apariencia, un espectro, digamos, entonces las otras cosas aparentan estar en ti, y tú estar en ellas. Pero a la vez eso no puede ser más que una total ilusión, porque si tú no eres nada, nada puede ser, ni conocerse ni creerse. Hasta aquí llega la dialéctica, aplicada a ti.
A.–Me reconozco.
M.–Pero ahora, y esto es la analogía, podemos darnos cuenta de que, detrás del parecido que hay entre esos razonamientos, hay una diferencia muy importante. Los últimos son totalmente destructivos (te presentan como apariencia, y lo mismo hacen con todo lo demás), mientras que los primeros solo te mostraban de una extraña manera, respecto de ti y de las demás cosas. Te decían que eres algo en sí mismo irrepetible y absolutamente propio, pero a la vez algo que está en todas las cosas y que contiene, a su modo, todas las cosas, hasta las más pequeñas.
IA.–Es verdad.
M.–Y puede que seas capaz de aceptar las dos conclusiones a la vez si admites que la segunda, la que te muestra como todo y en todo, trata de cómo te expresas, mientras que la primera te piensa absolutamente en ti mismo. O sea, que tu aparecer es analogía de ti mismo, o, lo que es igual, es el amor de las cosas por ti y de ti por las cosas.
Porque, en el fondo, todas sois, somos, uno.
A.–Así entiendo mejor lo que decís tú, la Maga y el Ateniense. (páginas 279 y ss)

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