domingo, 29 de enero de 2012

Un banquete de belleza

¿Por qué Platón está a cien mil pies de altura por encima de todos nosotros? Eso quizá nunca lo sabremos, y tampoco importa mucho. Es mejor entregarse a encontrar en él bellezas que apenas podríamos creer merecer. Yo, que he leído a Platón con fe, he encontrado cosas por las que merece la pena vivir (y casi morir). Hablando de la Belleza, de la belleza griega o platónica, o sea, la que no rechaza las imágenes, la que cree que podemos imitar lo perfecto sin pecar de fetichismo, he encontrado, por ejemplo, cómo Platón hace en varias de sus obras justo lo mismo que dice. Voy a poner un ejemplo espectacular, que nadie antes de mí había advertido (que yo sepa): en El Banquete, Platón habla del Amor y dice (en boca de la sacerdotisa Diótima, iniciadora del Sócrates que solo sabe de amores) que Eros nació en un banquete de los dioses, el día en que se celebraba el nacimiento de Afrodita. Pues bien, esto lo dice Platón ¡en un banquete, en que se celebra la victoria de Agatón en el concurso de belleza más importante de Grecia! Lo que dice el diálogo, lo hace también el diálogo. Hay una resonancia perfecta entre el contenido y el continente. Así lo cuento en Diálogos de Filosofía, mi libro dedicado a (intentar saber algo de) Platón:

[El antiguo maestro está contando a su antiguo alumno el diálogo que tuvo un día con la Maga, su maestra. Esta decía, en aquel momento]:
…En cambio en El Banquete hay otra extraña forma de perfecto acuerdo entre lo que se dice y como se dice.
»–¿Cuál? –le pedí.
»–Como recuerdas –dijo–, al comienzo cuenta Apolodoro que le contó Aristodemo, un hombre bajito y que va descalzo... como Sócrates…
»–¡Y como Eros! ¡Otra vez! –dije.
»–Este Aristodemo –siguió ella– contó que Sócrates le había invitado a acompañarle a casa de Agatón, quien celebraba su victoria en el concurso de tragedias, y había invitado, por eso, a su mesa, a unos amigos, entre los que estaban Pausanias, Fedro, el médico Erixímaco, Aristófanes el comediógrafo...
»–El que ridiculiza a Sócrates en una comedia, pintándolo como intelectual –dije.
»–Ese –asintió–, el gran Aristófanes. Sócrates, por cierto, contra su costumbre, va ese día con sandalias, como quien va a hacer algo más que desnudar a otros. Pues bien, como la mayoría de ellos habían bebido en honor de Agatón el día anterior, se proponen hoy dedicar la sobremesa a hacer por turnos, a petición de Fedro, un elogio de Eros, ese dios que, según este muchacho, no recibe elogios ni de los sofistas.
»–Cuando uno solo piensa en una cosa –dije yo–, nunca le parece que los demás hablan bastante de ella.
»–Todos están de acuerdo –siguió ella– y, por supuesto, también Sócrates, que solo es experto en ese asunto. ¿Te acuerdas de la alabanza que, sin hacer caso a Lisias, hace cada uno del amor?
»–Recuerdo –dije– que empieza el mismo Fedro, quien pone al amor, claro, por las nubes, pero no como Aristófanes a Sócrates.
»–Eso es –dijo ella–. El amor lo es todo, desde antiguo. ¿Después?
»–Después –seguí– interviene Pausanias, que ya no es un adolescente, y distingue entre un amor popular y un amor más noble y celeste.
»–Tal como hay dos Afroditas, la celeste y la popular –comentó ella.
»–Y el amor noble induce a hacer cosas nobles –seguí recordando yo–, pero por eso no tiene nada que ver con vosotras, las mujeres, sino que inclina a amar a varones. Después le toca a Aristófanes, y es cuando este cuenta su mito... No, no, le toca a Aristófanes, pero como tiene hipo le cambia su turno al médico. Erixímaco, después de dar a su compañero de mesa un consejo para el hipo, dice que Eros no ama bien más que cuando está sano. La medicina, precisamente, trata de restablecer la armonía. Así es como pensáis los médicos…
»–Hay también una medicina urania y una popular –contestó– ¿Y después?
»–Es ahora cuando habla Aristófanes –dije–, y cuenta eso de que los humanos fueron antes dobles, hasta que los dioses, por temor a que escalasen el cielo... ¿Por qué están siempre temiendo esto los dioses?
»–Eso es cosa de poetas –contestó ella–, que, como dice Aristóteles, mienten mucho, y precisamente sobre todo en este asunto.
»–Zeus nos partió en dos –seguí recordando–. Como había tres... sexos, iba a decir..., el que es masculino por delante y por detrás, que viene del sol, el femenino o terrestre, y el intermedio, de la luna, unos varones buscan a varones, los mejores, claro; algunas hembras buscan a su hembra; y otros, los mediocres, buscan al otro sexo. Para que no se extinguiesen mientras se entregaban solo al abrazo, Zeus les colocó los genitales en lo que, antes de la división, era el interior, de forma que cuando se encontraran los de la clase intermedia, se reprodujeran. Es curioso que den frutos los segundones.
»–No –contestó–, dan solo un fruto segundón. Porque los varones, cuando se encuentran, al paso que se acarician, escriben poemas y discursos. Lo que es extraño es que algo tan vil como la reproducción no quedase para el último género, es decir, para las lesbianas. Por fortuna quedaba la esterilidad total.
»–Pero Platón conocía bien a Safo… –dije.
»–No solo la conocía –dijo ella–, sino que al parecer apreciaba mucho sus versos. Pero quizá los símbolos arrastren su propia necesidad… Según Aristófanes, pues, Eros es una tendencia a la reunificación de lo que, en la edad mítica, era uno. Y ahora ¿quién habla?
»–Ahora le toca el turno a Agatón –dije–, y hace su bonito discurso, aunque está a punto de impedírselo Sócrates, que, al oírle decir que aquí, ante pocos, siente más pudor que cuando habla ante los muchos, quiere empezar su terapia, preguntando esta vez si uno debe avergonzarse de hacer algo mal (por ejemplo, hablar) aun cuando el que le escuche sea la masa. El discurso de Agatón, si recuerdo bien, viene a decir que Eros es lo más bello, bueno y sabio.
»–Lo has resumido perfectamente –dijo–. Porque para Agatón Eros no es un dios, sino, podríamos decir, Dios.
»–Pero ahora –seguí– le toca a Sócrates, a quien Agatón había sentado a su lado, a ver si le pegaba algo de su sabiduría.
»–Nos acordamos bien de lo que dice Sócrates, ¿verdad? –dijo ella.
»–Desde luego –dije–. Las mil primeras veces que leí este diálogo creí que solo esta parte era importante. Sócrates empieza, como siempre, advirtiéndoles de que no va a hablar, como ellos, con bonitas palabras, pero sí con verdad. O sea, ¿distinguiendo lo bello de lo verdadero?
»–O más bien –contestó ella– lo bello de lo bello, según lo que hemos hablado.
»–Tienes razón –dije yo–. ¡Y eso que Sócrates empieza reconociendo que Agatón empezó bien su discurso, intentando definir a Eros antes de pasar a sus efectos! Pero se equivocó al atribuir toda la perfección a Eros, porque Eros desea, y solo desea quien no es perfecto. Y como lo que desea Eros, y no podía ser de otra forma, es lo bello y lo bueno, entonces es que carece de belleza y de bondad... ¿Cómo puede Fedro consentir estas palabras de Sócrates, por más que sea su yo mismo ya calvo?
»–A Fedro –dijo ella– esto ya tenía que sonarle, según vimos. Además, eso no quiere decir que Eros sea un mortal, añade Sócrates enseguida… Lo que cuenta luego que le dijo Diotima, ya lo hemos recordado antes, y ya sabemos qué es el amor.
»–Así es –asentí.
»–Y cuando termina de hablar Sócrates –siguió ella– es cuando alguien aporrea la puerta. Es el joven Alcibíades, que entra borracho y dice que viene a coronar con flores a Agatón. Se sienta junto a él, pero de pronto se da cuenta de que a su derecha está Sócrates. Entonces sugiere que se beba. Erixímaco, en cambio, como buen médico, le disuade, y le pide que haga su elogio de Eros. Pero Alcibíades prefiere elogiar a Sócrates, por miedo, dice, a que se ponga celoso. Y le elogia mediante imágenes. Sócrates, dice, es como las cajas con forma de silenos que contienen figuras de dioses en su interior. Se parece, en concreto, a Marsias, el sátiro flautista: es lujurioso, encanta con su boca, y pasa su vida ironizando y bromeando, pero tiene un interior divino, que desprecia toda posesión y es pura templanza. Alcibíades cuenta cómo pasó todo un día a solas con él, intentando seducirle mediante la conversación, en el gimnasio, en la cena, en la cama. Pero Sócrates no consintió, y hasta ironizó sobre las pretensiones de Alcibíades de cambiar bronce por oro. Después, en la expedición a Potidea, Alcibíades comprobó el valor y la resistencia de Sócrates, mayor que la de ningún otro: soportaba el frío, andaba descalzo por el hielo... En una ocasión estuvo un día meditando de pie, sin moverse. Y en la batalla le salvó la vida a él, a Alcibíades. Sus discursos también son por fuera como sátiros, ridículos de apariencia, pero divinos por dentro. Alcibíades acaba aconsejando a Agatón que tenga cuidado con Sócrates. Sócrates, entonces, pregunta si no querrá Alcibíades enemistarles mediante ese drama satírico.
»–Sócrates es servidor de Apolo –dije yo, interpretando–, pero por fuera se parece al sátiro Marsias, a quien Apolo, el de la lira, venció y despellejó.
»–Eso es –dijo ella–. Así es la naturaleza de la imagen. Vista sin cuidado, en apariencia, es grotesca, pero, si la miramos con atención, esconde en su propia superficie la belleza. Ahora, ¿te das cuenta de lo que hace Platón aquí?
»–No –contesté–, me he despistado y estaba atento solo a lo que se decía.
»–Pero de alguna forma se te ha tenido que presentar que todo esto se cuente en un banquete –dijo.
»–¿De qué forma? –le pregunté.
»–Es en un banquete –dijo–, en este que celebra Agatón, donde se cuenta que Eros nació en un banquete, el de los dioses. Y lo que celebraban los dioses ese día del banquete divino era el nacimiento de la bella Afrodita, y lo que celebran estos hombres es la victoria de Agatón en el concurso de belleza trágica.
»–¡Está claro! –dije, sorprendido una vez más–. Y, sin embargo, no lo habría descubierto por mí mismo aunque hubiese leído este texto otras mil veces.
»–En el banquete de los dioses, en que nace Eros –siguió–, al final de la fiesta aparece aquella pobre madre, Penía, la Falta. Y en este diálogo de aquí abajo aparece, al final de la fiesta...
»–¡Alcibíades! –exclamé–. ¡El pobre Alcibíades, que carece de sabiduría, y la busca en Sócrates...! ¿Sócrates es, entonces, Poros, la abundancia, la plenitud, el que engendra a Eros?
»–Pero mortal –dijo–, y para un mortal, como mortal, no hay más plenitud y perfección que el amor, es decir, el afán de perfección y plenitud.
»–Alcibiades es entonces la juventud amando y buscando al amor –dije yo–. Es muy bello, y no dudo que verdadero. Pero hay una diferencia en los dos mitos, ¿no? Aquí es el pobre el que viene ebrio, mientras que a Sócrates, como dice el propio Alcibíades, nunca puede vérsele así. En cambio, en el banquete de dioses es el dios el que está ebrio, y la Carencia, Penía, bien despierta.
»–Desde luego –contestó–, como que, a no ser que los dioses se embriaguen, no se les ocurrirá tener relación con la Falta. Y sin eso no habría ningún intermediario de los dos mundos, y el uno no podría saber nada del otro. No habría, siquiera, mundo. ¿No te parece?
»–Sí –contesté.
»–Antes de empezar los encomios de Eros –siguió ella–, los presentes en el banquete humano deciden echar a la flautista y prescindir de la bebida. Pero ahí está ese embriagador que nunca se embriaga, y que encanta a los jóvenes más bellos con su música, el sátiro Sócrates. Como ves, en este texto Platón hace una y otra vez lo que dice. Hay una imitación perfecta, pero que salva siempre la distancia entre lo perfecto y lo mortal, entre lo absoluto y lo relativo.
»–Es cierto –dije–, y bellísimo. Tienes razón: cuando lo comprendes, parece más bello. ¿Y qué crees que significan los discursos anteriores al de Sócrates?
»–No lo sé –dijo–. Creo que avanzan desde lo menos hacia lo más verdadero, desde la menor a la mayor unidad. El primero, el de Fedro, considera a Eros la pulsión más antigua, aliento vital de la sustancia madre y presente en toda la naturaleza. Agatón dirá después que lo que dice Fedro ocurrió bajo el imperio de la necesidad, y no del amor.Pausanias distingue ya un Eros material y un Eros espiritual. Erixímaco dice que Eros es la fuerza que mantiene la armonía, y una armonía no es sino un todo a partir de las partes. Es todavía una concepción pobre del alma y de su Eros. Aristófanes, que debía hablar antes del médico pero tiene que dejarlo para después por el hipo, (en el orden de la necesidad hay que curar el cuerpo antes de poder expresar el alma), dice que Eros es la búsqueda de la unidad o totalidad celeste. Agatón, después, habla también del Amor como el todo, pero no el todo indiscriminado de la necesidad o materia, sino el de la esencia. Como, según dice Sócrates al final del diálogo, es propio de la misma persona escribir comedias y tragedias, debemos pensar que las teorías de Aristófanes y de Agatón son la misma en el fondo, dos aspectos de la misma. Aristófanes presenta al todo, partido, antes de reunirse, y Agatón, al todo entero, antes de ser partido, porque la tragedia mira hacia arriba y la comedia hacia abajo. Pero la verdadera idea solo se consigue con Sócrates y Diotima. Sócrates y Diotima son las dos expresiones de la Idea, de lo Uno. Sócrates concebiría a la Belleza como todo aquello en lo que se muestra lo Uno, y Diotima apunta a lo Uno en sí mismo, la Belleza perfecta.
»–Suena creíble, aunque algo complicado –dije.
»–Creo que tiene tantos detalles que no encajan como los que sí –dijo–. Así que leeremos otras mil veces este texto.
»–Me parece ya suficientemente bello lo que has contado –le dije yo–. Pero es evidente que Platón es un pozo sin fondo –ella asintió–. ¿Lo sabía él? ¿O era un inspirado?
»–Pues eso mismo, que el texto haga lo que dice –siguió explicándome ella, como ignorando mi pregunta–, es lo que hace Platón en muchos otros lugares. En el símil de la caverna, por ejemplo, dice que este mundo es solo una imagen, y esto lo dice el texto mediante una imagen.
»–Nadie podrá negar la inmensa ironía de Platón –exclamé.
»–Sí, Platón escribe con ironía –dijo ella–, como solo puede escribir quien sabe que el signo dice y no dice la verdad. La falta de ironía es prueba de que uno cree o que el lenguaje lo expresa todo perfectamente, o que no expresa nada de nada.
»–Ironía es entonces lo que has llamado antes analogía, ¿no? –dije yo.
»–Eso es –dijo ella–. Pero acuérdate de que reconocimos que Lisias era también irónico.
»–Y sin embargo –añadí– no creemos que tenga la verdad sobre el amor.
»–Es que –dijo ella– la ironía tiene también diferentes formas, según lo que uno cree que hay que decir y cómo hay que decirlo. Ironía es, no solo decir lo semejante para decir lo semejante, como hace la imitación. También se puede decir lo contrario de lo que es, para decir lo que es, como hace quien parodia al malo, pero por el modo en que lo hace… ¿qué piensa el que lo oye?
»–Pensamos que no puede ser cierto –contesté.
»–Esto –dijo ella, asintiendo– es útil cuando no te atreves a expresar abiertamente lo bueno, por esa especie de pudor que siente el optimista. Es ironía, también, decir lo contrario de lo que es para decir eso mismo, lo contrario de lo que en realidad es, como hace el cínico, cuando dice, como si fuese verdad, que no hay verdad alguna. Y es ironía decir lo mismo, o imitar, para decir lo contrario, como hace la parodia cómica o caricatura cuando se burla de los héroes.
»–O sea –dije–, que hay dos formas de decir con ironía la verdad, y también son dos las maneras de decir con ironía lo contrario a la verdad.
»–Eso es lo que me parece –me contestó–. Y la ironía quiere que quede claro que se quiere decir otra cosa que lo que se dice, pero a la vez pretende que quede del todo oculto si quiere decir otra cosa que la que dice.
»–Es verdad –dije yo–. Y lo que me pregunto es: ¿cómo sabemos de verdad cuándo estamos ante una ironía?

2 comentarios:

  1. Si mal no lo calibro, Platón recurre al ejercicio de la metareferencia, algo, es cierto, muy típico de escritores (con pedigrí) de toda época desde Homero hasta Joyce pasando, por supuesto, por Cervantes y Shakespeare: el movimiento se muestra andando y, lo que es también importante, la reflexión sobre el cómo la forma interactúa con el fondo se consigue muy eficazmente presentizando una relación escheriana entre forma y fondo.

    Una veta interesante deslizas ya en la primera frase: ¿Por qué Platón está a cien mil pies de altura por encima de todos nosotros? A ver, ¿por qué? ¡Venga, explícalo! ¿Qué lo diferencia del resto? La pregunta no es trivial, cuidado, fíjate en algo tan ¿aparentemente? banal como el deporte: si nos fijamos en los grandes atletas/deportistas, veremos que reúnen ciertos requisitos coyunturales como, y sin ser exhaustivos, ciertas condiciones físicas, fortaleza mental, etc.

    Y no es lo mismo un deporte que otro, ni una época que otra; y no es el mismo talento el de un Beethoven, capaz de manejar pequeñas frases musicales con las que modelarlas hasta construir un edidficio sonoro; que el Mozrt capaz de hacer cantabile, ya no una delicada voz de soprano, sino incluso un romo fortepiano, tal era su sentido del color y el ritmo.

    Es como cuando evaluamos qué especies supersobreviven en un determinado entorno, registrar sus características, me refiero, habla y mucho de la cualidad ecológica del ambiente.

    Dicho esto, aquí viene la impertinencia: Sin perjuicio de que luego, a estas alturas de la historia la matización y sutileza del asunto ya no resulte tan intuitiva (como es en tu caso), a mi ver, todo lo que dijo Platón constituye el pensamiento natural al que todos tendemos a elaborar de forma intuitiva y el prvilegio por tanto del filósofo por antonomasia, fue escuchar los primeros balbuceos filosóficos de la mano de Socrátes, y el talento de saber envolver y embellecerlos con su, eso sí, talento dramatúrgico, pero en cuanto a pensamiento, insisto, y tomando solo sus tésis, ¿acaso no dijo lo que todos de normal empezamos pensando (más o menos, claro)? Ya sabes que, por ejemplo, nuestra física intuitiva, la que nuestro hardware biológico, nos incita a elaborar (se ha hecho pruebas con niños) es muy similar a la aristotélica...

    ¿Qué te parece mi blasfema conjetura? :P

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  2. El recurso de Platón en el Banquete (y otros diálogos) es algo más que la autorreferencia (de hecho, no es autorreferencia, porque el texto no hace en ningún momento referencia a sí mismo, como pasa en el Quijote, por ejemplo) sino la coherencia total entre lo que se dice y cómo se dice, es decir, entre lo que se dice y l oque se hace al decirlo. Hay muchos que dicen que hay que dialogar, pero para decirnoslo nos sueltan un discurso, o quienes dicen que todo es dudoso, pero lo dicen muy asertivamente. La ironía de Platón en estos diálogos es lo inverso: decir en un bello banquete en que el experto en amor habla sobre el amor (banquete en que se celebra la victoria en el concurso de belleza) que el Amor nació en un banquete en honor a la Belleza; decir mediante una imagen (la de la caverna) que vivimos en un mundo de imágenes, etc. Platón, a diferencia de cualquier otro filósofo, es coherente en su discurso.

    ¿Por qué Platón es tan inteligente? Bueno, porque lo es. Tuvo la suerte de ser una persona inteligentísima que conoció a Sócrates y lo entendió mejor que nadie. Alguien tenía que ser el mejor hasta ahora, ¿no?

    Ahora bien, Platón no representa el pensamiento natural al que tendemos (solo en un sentido es verdad eso). La historia de la filosofía es, en buena parte, un intento fallido tras otro por mostrar que Platón está equivocado y es un iluso (ni la escolástica medieval lo veía con buenos ojos). El propio Platón dice, en la carta VII, que es solo a base de estar continuamente en contacto con el problema de la filosofía cuando de pronto, como un fogonazo, uno lo ve claro. Cuenta que varios le habían dicho eso mismo, que solo mucho tiempo después de conocerle y comprender el problema, llegaron a ver como obvio lo que Platón decía. Mi experiencia personal es similar. De adolescente era nietzscheano y humeano, aunque eso era incompatible con mi naturaleza de poeta. Sentía, poco a poco, fascinación por Platón, pero durante las mil primeras lecturas de cada uno de sus diálogos, sentía que no entendía nada. Después (modestamente) vi lo que Platón decía.
    Por otra parte, Platón tiene muchas lecturas, y la gente (incluidos los profesores de filosofía y la mayoría de los expertos) solo tienen de él una versión superficial. No conocen el Platón dialéctico y analogista, el que sabe que lo verdadero puede y no puede decirse, etc.
    Solo en un sentido Platón es muy natural: en el sentido de que está en lo cierto, y toda mente tiende instintivamente a querer oír eso. Pero muy pocos consiguen librarse de prejuicios y verlo realmente.

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