lunes, 18 de octubre de 2010

"Dios ha muerto" ha muerto. I

Este sábado pasado, 16 de Octubre, he presentado en el seminario Temas de filosofía para el siglo XXI: las Crisis, organizado por el Ateneo de Cáceres y el CPR de Cáceres, una ponencia titulada “Dios ha muerto” ha muerto. Como anuncié al acabar, pondré aquí un resumen, lo más breve posible, de lo que se trató para que pueda continuarse el debate. Divido el resumen en dos entradas para reducir algo la mezcla de posibles comentarios.

La mayor parte de los mitos, y los filósofos “oficiales” nos decían que los dioses nos fabricaron para que hubiese un ser capaz de preguntarse por el sentido de la creación y de sí mismo. Parte del sentido de la vida racional era, precisamente, buscar y, quizás, encontrar el sentido de la existencia, mediante la razón, decían los filósofos, ese elemento de semejanza con los dioses. Se confiaba en encontrar una Verdad Absoluta, más allá de las apariencias, y una Bondad y Ley moral absoluta, natural, más allá de los hechos. Frente a esto, el pensamiento tardo-moderno occidental habría descubierto hoy, se nos dice, que el final de esa búsqueda es que, en verdad, no existe ninguna Verdad, absoluta, necesaria y objetiva, sino que toda verdad es totalmente contingente, relativa a cada perspectiva y sus intereses, y que no hay, por tanto, tampoco ningún Valor absoluto y objetivo, sino que toda valoración es subjetiva e irracionalizable en último término (en cuanto a los fines). Este hallazgo de la absoluta falta de sentido de todo, está expresada paradigmática y contundentemente en el nietzscheano “Dios ha muerto”. Casi todo el mundo (al menos todos los que estén “al día”) asume que vivimos definitivamente en una época postmetafísica, posthistórica, etc.

Por relacionarlo con el asunto del seminario, ¿qué implica esto de crisis? El pensamiento de la muerte de Dios se pretende una crisis, no de este o aquel valor, no de este o aquel sentido, sino de todo valor y sentido. Se trataría, pues, de la Crisis. Aunque, según el concepto clásico de crisis, una crisis implica una normalidad y un “cómo debe ser algo” respecto del cual se produce la crisis. Pero esos “cómo debe ser algo” no existen, según el pensamiento de la muerte de Dios, así que ¿tiene sentido hablar de crisis, donde ya no valen conceptos teleológicos ni esencialistas? Podría entenderse, entonces, que el pensamiento tardo-moderno, el de la muerte-de-Dios, propone también un concepto nuevo de crisis: la vida es crisis constante, es decir, continua destrucción (o deconstrucción) de lo que intenta solidificarse, eternizarse. Un dios que sabe bailar, un Dionisos, es el único posible. ¿Se habrán acabado, entonces, ya los estadios metafísico y positivo de los que hablaba Comte? ¡Y sin haber abandonado el estadio mítico o religioso, porque buena parte de los tardo-modernos no tienen mucho problema para identificarse con algo religioso, si bien rechazan todo falogocentrismo y todo discurso único…!

Pues bien, la tesis que querría defender es que ese pensamiento de la muerte-de-Dios, que ha dominado y domina nuestra época (como se vio entre la mayor parte de los asistentes) está muerto, o, mejor, tiene los días contados. Se acerca el final del final-de-la-metafísica (o, mejor dicho, de la metafísica del final-de-la-metafísica), se acaba que se acabó-la-historia: está moribunda la muerte-de-Dios.
¿Por qué creo eso? Sencillamente porque es un pensamiento incoherente, contradictorio, aporético. Y, a no ser que abandonemos nuestro afán de logos, cosa que no encuentro apetitosa, tenemos que, primero, destapar esas incoherencias, y después, volver a buscar alternativas, que llevan, ineludiblemente, a lo metafísico, a lo trascendente.

La tesis de la muerte de la muerte-de-Dios tiene un aspecto más historiográfico (vivimos cercanos al final de ese nihilismo) y un aspecto más puramente filosófico o dialéctico.
Empezando por lo primero, para entender nuestra situación histórica propongo una analogía entre nuestra civilización occidental y la civilización griega. Lo que mal llamamos “edad media” es la época primitiva y arcaica (infantil) de nuestra civilización, emparentable con la época arcaica griega: una sociedad mítico-heroico-feudal. Lo que llamamos edad moderna se corresponde con la edad clásica de Grecia, entendiendo que esta empieza cuando aparecen las polis y la burguesía. Se trata de una sociedad política, no heroica, con una visión metafísico-científica del mundo (la edad adulta de Europa). En una primera etapa, esa modernidad llega hasta lo que llamamos ilustración, en sendas civilizaciones. Después, de la ilustración en adelante, nace la democracia utilitarista y la visión positivista pragmatista, cuya exacerbación es el relativismo y el subjetivismo. Según eso, parece claro que nos encontramos al final de la decadencia de la democracia de los estados-naciones, donde predomina la ideología sofista, relativista y pragmatista, retórica, etc. Nietzsche es otro Calicles, Rorty otro Protágoras, etc. Podemos, entonces, adivinar lo que viene después: unos sócrates y platones que denuncian la vaciedad de la retórica, la inconsistencia del relativismo y la auténtica inutilidad del pragmatismo que no se pregunta por los fines racionales. Políticamente, estaríamos a las puertas del a época imperial, de la disolución del pluralismo de estados-naciones: última etapa de la civilización (o senectud), si no es destruida o reducida antes por otra civilización más fuerte. Por supuesto, todo esto, se dirá, presupone una concepción metafísico-teleológica de la historia, etc. Así es, pero quien diga eso debe ofrecernos otra forma de hablar (que no sea nuestra misma forma de hablar de eso, pero poniéndole comillas). En un lenguaje historicista y teleológico incurren todos los que lo niegan: Nietzsche y su advenimiento del nihilismo y su futuro del superhombre; y, en general, todos los que hablan de que estamos en “otra cosa”. Nosotros podemos perfectamente desoírles y creer que hay una teleonomía y organística de las civilizaciones, y que el pensamiento de la muerte-de-Dios no es nuevo bajo el sol: tuvo otras épocas y pasó, y volverá a tenerlas, en otros tiempos futuros. Ahora, en nuestra civilización occidental, está cerca de su final.

Pasando ya a lo propiamente filosófico (que, por cierto, no se vería en sí mismo comprometido porque la anterior analogía filosófico-historiográfica fuese equivocada), hay que decir que todas las alternativas del pensamiento moderno son inconsistentes.

Vamos a analizarlas exhaustiva y sintéticamente, según el siguiente esquema. Las dos principales actitudes del hombre en el mundo son Conocerlo y Cambiarlo (o, al menos, actuar y operar en él). Son la Teoría y la Práctica, el Saber y el Querer, etc. Se puede, entonces, determinar la cosmovisión de una época humana atendiendo a la respuesta que da a esos dos asuntos, y, en tercer lugar, al asunto de la relación entre Teoría y Práctica, entre Saber y Querer.
El pensamiento “moderno” (la época clásica) nace de la “crisis” de la cosmovisión de la Europa arcaica (“edad media”). La época arcaica respondía a aquellas preguntas diciendo que:
-Lo real, lo que debemos creer como verdadero, es un orden universal y necesario de Arquetipos-Imágenes-Modelos-Esencias, más allá de los fenómenos materiales, y cuyo proto-modelo es Dios.
-Lo bueno, lo que debe quererse y hacerse, emana de esas esencias o perfecciones ideales de las cosas. Se trata, aquí, de intentar alcanzar esa perfección del modelo, universal y necesario.
-En cuanto a la relación entre verdadero y bueno, en general se acepta que, aunque son convertibles lo Verdadero y lo Bueno, lo Verdadero es “anterior (lógicamente)” a lo Bueno.

Estas respuestas tienen sus aporías, que al hacerse muy evidentes, llevan a su final:
-En el terreno teórico, los Arquetipos universales (formas cualitativas) no explican los fenómenos, lo aquí-y-ahora. La especulación medieval es una logomaquia (adormecida en la virtus dormitiva que ridiculizara Moliere).
-En el terreno práctico o ético-político, la voluntad no es libre, porque lo que debe querer emana de una instancia no sólo superior sino, sobre todo, de carácter mítico-positivo, incuestionable racionalmente.

El nuevo pensamiento, el de la edad “moderna”, contesta (dicho en rasgos muy bastos) de manera inversa a esas preguntas:
-¿Qué es real, y verdadero? Lo contingente, particular, localizado espacio-temporalmente. Los universales (teorías, leyes, conceptos) son creaciones humanas útiles para entender la naturaleza.
-¿Qué es bueno, qué debo querer? La voluntad debe ser libre (y eso significa “libertad de indiferencia”, es decir, absoluta posibilidad de determinarse por una cosa o por la contraria) así que no puede venir dictada por ninguna instancia superior al sujeto concreto y en este momento. Además, no hay otro sitio de donde extraer valores, porque no existen (o nos son inaccesibles) esencias-entelequias.
-Entre el conocimiento y la voluntad, tiene la prioridad esta última.

Por tanto, a muy grandes rasgos, se puede definir al pensamiento moderno como
-un Inmanentismo o “Naturalismo” ontológico y positivismo gnoseológico (“naturalismo” en sentido amplio, incluyendo otros contigentismos como el psicologismo de Hume, o el fenomenismo, etc)
-un subjetivismo o relativismo moral.
-Voluntarismo, preeminencia de la Decisión y la Práxis sobre el Conocimiento.

Esto hay que matizarlo en dos sentidos al menos:

-Esta es la tendencia del pensamiento moderno, que empieza de manera más o menos moderada (aunque hay formas ya muy radicales desde el principio, tales como Occam, Lutero, Hobbes, Montaigne…) para irse acentuando progresivamente. La evolución del pensamiento moderno es la evolución a una progresiva denegación de toda trascendencia y toda universalidad y necesidad. Las vías moderadas van muriendo por el camino.
-No todos los grandes filósofos modernos son naturalistas ontológicos, positivistas, subjetivistas morales y voluntaristas. La filosofía moderna, hasta hoy incluso, tiene en común la negación de todo lo trascendente-racional, pero ha adoptado dos formas de antimetafísica:
-Una forma radical, el naturalismo o inmanentismo propiamente dicho, que, a su vez, puede adoptar una forma "positiva" (o positivista) y una forma "negativa" o nihilista.
-Una forma “moderada”, en la que hay que colocar todo tipo de filosofía Trascendental, que, sin aceptar lo metafísico, quiere reservar un cierto ámbito formal o trascendental (no trascendente, es decir, no sustancial o sustantivo) a los aprioris.

Las marcas claras de no ser moderno son la defensa de cualquier metafísica y el intelectualismo moral. Lo moderno es cualquier manera de rechazar lo trascendente racional (lo que tiene que ver con la fe queda más a salvo) y el voluntarismo. Sólo Leibniz (y, a su modo, Spinoza) se atreve a no ser moderno en esos dos aspectos principales. Pero ¿quién cree moderno a Leibniz?
En cambio, la esencia de lo moderno está ya en Lutero. La razón (prostituta de Satanás) sólo sirve en asuntos mecánico-naturales. Para lo principal, que son los valores, vale sólo la fe. Dios mismo no es antes un intelecto, sino una Voluntad pura, que ha puesto estas normas que nos dice Moisés porque esas quiso, como podía haber querido justo las contrarias (un tirano, en una palabra). Esto es una buena prueba de que identificar a la modernidad (no digamos ya a la Ilustración) con la Razón, es una gran mentira.

2 comentarios:

  1. JUAN ANTONIO NEGRETE

    Interesante post. Como pensador, usted que opina acerca de esa "cronología" que nosotros la denominamos como "edad": "tu tienes 18 en cambio yo tengo 40". últimamente me pongo a pensar que esas medidas no nos corresponden y mas bien nos limitan, nos demarcan, ¿acaso la naturaleza no transcurre sin esas delineaciones? ¿nuestro cuerpo no es un continuo movimiento de átomos, moléculas y células que fluyen libremente? siento que la crueldad de "Cronos" nos encadena. Pongo un ejemplo; si un hombre desde que nació estuvo conectado a un aparato artificial, esta en un estado vegetativo; pero ha cumplido "30 años" de edad y despierta, ¿como empieza a escribir su historia? ¿cronos no lo destrozaría y le diría que ya "es tarde"?

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    1. Anónimo,
      muy difícil e interesante cuestión: la relación, digamos, entre el "ser" y el tiempo, entre el ser que somos y nuestra temporalidad: ¿es exactamente lo mismo?, ¿no tienen nada que ver...? Creo que somos seres en el tiempo, o de tiempo, aunque simultáneamente con una capacidad trastemporal. Y creo que el tiempo no puede considerarse de la misma manera para todos los fenómenos: hay diversos niveles de naturaleza, en los que el tiempo opera, como dice usted, de maneras bastante irreducibles. El personaje de su ejemplo tendría 30 años a ciertos efectos (al más básico: sus órganos, en general, tendrían esa edad), pero no tendría esa "edad" psicológica, lo que no quiere decir que la psique no tenga otras edades, que, efectivamente, no van paralelas necesariamente a las otras. No debemos sentirnos atados al tiempo en el sentido de que todo aquello que consideramos más valioso puede desarrollarse y suceder en poco tiempo, si lo medimos con la cronología de lo más mecánico. Quienes tienen experiencias místicas coinciden en que sentían una ausencia total de la temporalidad... Un cordial saludo

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