jueves, 30 de septiembre de 2010

El miedo al conocimiento, de Boghossian. I

Voy a resumiros el libro de Paul Boghossian, El miedo al conocimiento, subtitulado Contra el relativismo y el constructivismo (traducido por Fabio Morales para Alianza Editorial), añadiendo algunos comentarios, e invitándoos a que hagáis los vuestros. En estos comentarios adoptaré la posición de apoyo a Boghossian, sin introducir críticas radicales a su posición.

El libro de Boghossian es un intento más (un precedente suyo es el libro de Thomas Nagel, La última palabra, traducido en Gedisa) de combatir el relativismo, ontológico y epistemológico (en otros escritos suyos ha combatido también el relativismo moral), representado por autores como Rorty o Goodman, en el mundo de la filosofía americana, o los “postmodernos” en general, y antes por Wittgenstein o Nietzsche, y que Boghossian ve inquietantemente extendido en las universidades, especialmente en el ámbito de las ciencias humanas.
Boghossian adopta la posición del defensor de una visión “clásica”, objetivista ontológica, absolutista epistemológica, según la cual la Ciencia goza de un lugar privilegiado a la hora de acercarnos a la realidad porque maneja métodos de justificación objetiva y universalmente superiores a los de la no ciencia.

De todas maneras Boghossian no defiende explícitamente en este libro ninguna ontología, ni los problemas del representacionismo, etc, aunque de sus palabras se puede inferir que ve aceptable alguna forma de defensa del compromiso ontológico a partir de las teorías científicas. Pero este libro es una simple defensa, polémica, de la posibilidad de defender una ontología y epistemología objetivista.

Boghossian reconoce que ciertos grandes filósofos del siglo XX han defendido alguna versión de esas tesis. La verdad es que lo que uno podría preguntarse es qué gran filósofo está fuera de esa lista (sobre todo si se exige que, además, haya hecho una defensa explícita del objetivismo). Pero cree que “la mayoría” de los filósofos del ámbito analítico rechaza en relativismo y el constructivismo.

Lo esencial de la tesis constructivista, empieza diciendo, es lo que podríamos llamar la tesis de la Validez Igual. Según esa tesis existen formas distintas e igualmente válidas de conocer el mundo. En cambio, según la perspectiva clásica, algunos acercamientos a la realidad (paradigmáticamente la ciencia) gozan de un lugar privilegiado, y cuentan con razones superiores para decir cómo son las cosas, en sí mismas. El constructivismo social hace depender el conocimiento de las situaciones sociales contingentes.

Boghossian distingue tres tipos de constructivismo, de acuerdo con las tres características fundamentales que, dice, definen a una creencia: ser verdadera (o falsa), estar justificada (o injustificada) y que haya razones o no para creerla y aceptarla. Según eso, el constructivismo puede serlo de la Verdad, de la Justificación, y de la creencia.

Solemos creer que existe una realidad objetiva, universal e independiente de nosotros y nuestras situaciones. Aunque hay también razones pragmáticas para actuar de cierta manera (por ejemplo, ser amenazado con una pistola) esas razones no suplen, creemos clásicamente, las razones teóricas, o epistémicas. Así, la apuesta de Pascal (que dice que es racional creer en Dios, porque los males que nos sobrevendrían de la falta de fe son menores a los bienes que nos reportaría la fe) no da ninguna razón epistémica para creer.
Decimos, pues, clásicamente que alguien, S, conocer que p si y sólo si

- S cree que p
- S está justificado en creer que p
- p es verdadero

Contra este modo clásico de ver las cosas, el constructivismo dice que el conocimiento es construido. ¿En qué sentido? El constructivismo entiende esa construcción en ciertos sentidos que se apartan algo del sentido corriente que damos a “construir”:

- el constructivismo afirma que construimos hechos (no sólo cosas, como normalmente aceptamos).
- Esos hechos construidos no podrían generarse de otra manera,
- Y su construcción depende de nuestros intereses y necesidades contingentes.

La diferencia con la visión clásica u objetivista es, pues, que, aunque esta no niega que nuestros intereses tengan influencia en nuestro conocimiento, sí supone que hay ciertos hechos, justificaciones y evidencias que son objetivas, o sea, independientes de nuestros intereses y circunstancias. El constructivismo niega eso. Según él, no hay hechos, ni justificaciones, ni razones para creer, independientes de “nosotros” (el nosotros lo entrecomillo yo, JA).

La construcción de los hechos

Empezando por lo directamente ontológico, el constructivismo niega que haya hechos independientes y objetivos, realidades no construidas socialmente.

No hay que confundir esta tesis, fuerte, con una tesis más débil y aceptable, según la cual nuestros intereses contingentes determinan qué esquemas de realidad preferimos. Lo que dice el constructivismo es que los propios hechos dependen de las descripciones.
Boghossian cita, como ejemplo, un texto de Rorty:

“Describimos a las jirafas como lo hacemos, es decir, como jirafas, debido a nuestras necesidades e intereses. Hablamos un lenguaje que incluye la palabra ‘jirafa’ porque hacerlo nos conviene. […] La línea que divide a una jirafa del aire que la rodea es lo suficientemente nítida si eres un ser humano interesado en cazar para comer. Si, en cambio, fueras un hormiga o una ameba capaces de hablar, o un astronauta que nos describe desde el espacio, esa línea dejaría de ser tan nítida…” (he recortado la cita)

Ahora bien, señala Boghossian, que nuestras descripciones de la realidad sean relativas a nuestros intereses no sustenta la tesis de que los propios hechos son relativos a nuestras descripciones. Sin embargo Rorty da ese paso cuando añade:

“y, más en general, no es obvio que cualquiera de los millones de posibilidad de escribir el segmento espacial ocupado por eso que llamamos jirafa se halle más cerca que cualquiera de las demás de la manera en que las cosas son en y por sí mismas”.

Pero, dice Boghossian

“sencillamente no es cierto que el rechazo de la existencia de hechos independientes de las descripciones sea una mera generalización de la relatividad social de las descripciones. Una cosa es afirmar que debemos explicar nuestra aceptación de ciertas descripciones en términos de nuestros intereses prácticos […] y otra muy distinta afirmar que no hay algo así como la manera en que las cosas son en y por sí mismas”.

Voy a comentar este punto:

A mí el desliz de Rorty me parece claro. Si no hubiera una manera en que son las cosas, no es que habría millones de maneras de describirlas, es que habría infinitas o, más bien, ninguna. Tú puedes estar más o menos cerca de una jirafa, y puede interesarte o no recortar por ahí, sólo si es que hay algo como una jirafa, o sea, si se puede recortar por ahí. Pero si estás a la distancia en que distinguimos una jirafa y, sin embargo, es tan legítimo decir que hay una jirafa como que hay una persona (o que hay a la vez una jirafa y una persona en, exactamente, el mismo sitio y el mismo momento), entonces efectivamente no hay ninguna realidad, pero entonces la realidad es completamente creada por el sujeto, y habría que explicar cómo es que cierta manera de dividir esa nada es más útil que otra:
Aunque fuese nuestro interés recortar a la jirafa unos centímetros más allá, ¿podríamos hacerlo, o no? Si decimos que no podríamos, hay que explicar por qué. Quizás pueda uno decir:”pero es que ese recorte unos centímetros más allá no nos sería útil”. Claro, pero la cuestión es: ¿por qué no es útil?, ¿no implica eso que hay algo, independiente de nosotros, que determina qué puede ser útil o no? Si decimos que valdría lo mismo recortar unos centímetros más allá, ¿cómo es que hay recortes útiles y contraútiles, si no hay ninguna manera en que son las cosas? De nada sirve, pues, como hace Rorty (con muchos otros) retrotraer el asunto ontológico a lo pragmático. Es simplemente absurdo que haya una manera más práctica que otra de esquematizar la realidad si ésta es creación. Si la creo yo, yo decido qué es pragmático. Lo pragmático puede ser “primero” sólo en el sentido heurístico: lo pragmático puede ser un criterio para encontrar lo real. Pero la utilidad no puede construir la realidad.

Fijémonos ahora en ese yo o ese “nosotros”, ese o esos sujetos que, supuestamente, construyen la realidad. ¿Es o son ese o esos sujeto(s) que crean la realidad, construidos también ellos, o son realidades objetivas? Si son construidos ¿por quién lo son? La historia se reduce a nadas creando cosas a partir de la nada.

Sigue Boghossian. Algunos autores, como Nelson Goodman o H. Putnam, han argumentado a favor del constructivismo absoluto. Goodman, por ejemplo, pregunta retóricamente si la Osa Mayor estuvo ahí antes de que nosotros seleccionásemos las estrellas que la componen.
Empecemos por decir, nota Boghossian, que las constelaciones no son un buen ejemplo, porque son entidades de las que hasta un objetivista aceptaría que son fruto parcial de nuestra “construcción”. Pero Goodman generaliza la tesis

“debemos fabricar aquello con lo que nos topamos, ya se trate de la Osa Mayor,
Sirio, la comida, la gasolina o un equipo de sonido”.

A esto se le llama el modelo “cortagalletas” (da formas a lo informado).
Ahora bien, argumenta Boghossian, el principal fallo de la tesis de Goodman es que presupone que algunos hechos no sean dependientes de descripciones, algo subyacente a lo que formalizar de una u otra manera. Salvo que lo construyamos absolutamente todo.

Supongamos, propongo yo en apoyo de la posición de Boghossian (aunque este argumento no aparece en el libro, al menos formulado de esta manera y en este punto), que el constructivista se niega a aceptar ninguna realidad última independiente: son construcciones los electrones, los cuanta… ¿Qué forma tiene aquello de lo que hacemos todo? Obviamente, ninguna. Así que es la misma nada, o la materia prima de los metafísicos. Sobre esa materia haría las divisiones deseadas o interesadas la Mente (que, como decía Anaxágoras, está separada de aquello donde todo está en todo). Salvo que Goodman, a diferencia de Anaxágoras, es politeísta, o infinitesimoteista.
Como decíamos en el caso de Rorty, ¿podría aplicar Goodman su tesis también al sujeto: que no haya, como decía Nietzsche, ningún sujeto último? Entonces, nuevamente, algo que no tiene ninguna característica (el sujeto) fabrica las cosas a partir de algo que no tiene ninguna característica…

Boghossian trae también el ejemplo de H. Putnam: no puede decirse que en un mundo haya, por ejemplo, tres objetos, porque, desde otro punto de vista, hay siete (agrupándolos de diversas maneras). Como argumenta Boghossian:

“la respuesta, por supuesto, es que estas dos descripciones son perfectamente compatibles entre sí, pues invocan nociones de “objetos” completamente diferentes. No son más contradictorias entre sí que cuando afirmo que hay ocho personas en una fiesta y cuatro parejas en esa misma fiesta”.

Es más, el propio ejemplo de Putman es un contraejemplo para el constructivismo, pues si no hubiese tres objetos no habría ni tres ni siete.

(Por cierto, el propio Putnam, después (por ejemplo en Cómo renovar la Filosofía) ha criticado las tesis de Goodman, y del relativismo en general).

El constructivismo del tipo “cortagalletas” (que dividimos o damos la forma a la realidad, que no posee ninguna en concreto) tiene tres problemas:

-Creemos que muchos hechos estaban ahí antes de llegar nosotros. ¿Hemos construido, retroactivamente, los dinosaurios o las montañas?
-Creemos que, precisamente una de las características fundamentales de, por ejemplo, ‘electrón’, es no ser construido, sino independiente.
-Y está, por último, el problema del desacuerdo: si los hechos son constructos contingentes, podemos construir hechos incompatibles para la misma realidad.

Pero no todos los constructivistas de los hechos aceptan la versión “cortagalletas”. En la próxima entrada seguiré el libro de Boghossian donde aborda la versión alternativa, relativista, de R. Rorty.